Los políticos han copiado a los colegiales y se han colgado al hombro la mochila. Y la mochila en los hombres se ha convertido en un icono de modernidad. Empezó Pablo Iglesias colgándose la mochila al hombro, y se ve que la cosa quedaba muy cool porque el arco parlamentario se llenó de mochilas. Los más modernos del PP siguieron el gesto y se colgaron la carga. Los chicos de Ciudadanos también optaron por no quedarse atrás y lucieron el complemento encima de sus impecables trajes azul oscuro. Se veían más guays si llevaban todo ese peso liviano tan urbano y callejero.

La mochila ha desbancado a la cartera de ministro, a la cartera de alto directivo. Estas han quedado antiguas, desfasadas, y muy conservadoras. En las mochilas cabe todo: el iPad, el portátil, los móviles, los cargadores, los auriculares, una buena colección de pens driver, y los dossiers más secretos (esos que se sacan y se dejan sobre la mesa de negociación con la incertidumbre de si se firmarán o no). Todo un mundo el de las mochilas masculinas. Ahí dentro cabe una novela negra: sobornos, ilusiones, frustraciones, piedras en el camino para el opositor indolente, promesas para sentarse en el Consejo de Gobierno o despachar el asunto hasta la próxima convocatoria electoral.

Antes, el misterio estaba en los bolsos femeninos llenos de cosas imprevisibles. Ahora no. Ahora el interés está en la mochila de Iglesias, de Casado, de Rivera, de Sánchez (cuando se relaja y se la calza con ese estilo impecable de hombre alto y delgado). A veces me pregunto cuántas piedras guardarán en cada mochila para entorpecer el camino al otro, para que el recorrido se les haga insoportablemente cansado y la cuesta insufrible con esa carga.

En la tradición católica veíamos a Cristo con la cruz a cuestas camino del calvario. Hoy vemos a esos políticos ambiciosos, jóvenes todavía, con España a sus pies para hacer de ella una desgraciada o una afortunada que progresa adecuadamente con sus 47 millones de habitantes esperanzados en vivir un poco mejor. Y miran de reojo a los de la mochila cool como diciéndoles: «¡Ya os vale, ya!».

La mochila también sirve para disimular el estatus social del político de turno. Si lleva mochila, aunque sea de marca cara, es como un salvoconducto de clase trabajadora, juvenil, de colegueo amistoso. Vamos, para que la gente piense: «Fíjate con lo que debe ganar este hombre al mes entre los cargos del partido, el sueldo de diputado o senador, y va con mochila. Debe ser un tío normal en el fondo». Pura simulación estética en tiempos donde la imagen prevalece a los contenidos. Este objeto tan antiguo que ya utilizaban los pueblos indígenas de Colombia y de toda Latinoamérica era muy útil para ascender a las montañas provistos de lo necesario para sobrevivir allí arriba, incluida la coca para respirar. Luego resultaron imprescindibles para salir de excursión y después para ir a clase y cargar con los libros de texto. Actualmente, los nuevos políticos se pasean sonrientes ante las cámaras de televisión de forma casual sujetando con levedad una de las hombreras de su mochila como si la llevara vacía. A lo sumo lo que llevan es la ropa del gimnasio.

*Periodista y escritora