No cabe duda de que José Bono es un hombre capaz y un político honesto, cuya gestión se ha visto coronada por el éxito. El progreso de Castilla-La Mancha bajo su prolongado mandato ha sido espectacular. Resulta lógico, pues, que su liderazgo en aquella comunidad sea incontestable. Y es también razonable que ambicione proyectar su carrera política al ámbito estatal. Tiene merecimientos para ello. Así, nada debe objetarse a que Bono se pronuncie reiterada, profusa y críticamente sobre los proyectos de otros políticos socialistas, a fin de cuentas es clásica la dialéctica socialista. Araquistain le propinó un tortazo a Zugazagoitia el día de la elección de Manuel Azaña como presidente de la República. Indalecio Prieto fue recibido a tiros, en Ecija, por los seguidores de Largo Caballero. Y sostiene Madariaga, en su ensayo España, que "la circunstancia que hizo inevitable la guerra civil en España fue la guerra civil dentro del PSOE". De lo que se desprende que, con estos antecedentes, los enfrentamientos actuales son un juego de niños.

Ahora bien, cuando Bono manifiesta su "tristeza" por la "exhibición de los balances fiscales", pues "ser socialista significa creer en la solidaridad y en la igualdad", y concluye que "pagar más impuestos no da más derechos", el político manchego es jaleado por el PP y sus adláteres mediáticos más arriscados, que lo presentan como modelo de "buen socialista", en contraposición a traidores y débiles como Maragall y Rodríguez Zapatero. Pero mala cosa es que te alabe tanto el adversario. Bono debería meditar sobre ello.

*Notario