La tentación es escribir de los vándalos del sábado, y de las más que discutible actuación del delegado del Gobierno, o de las tonterías que ha dicho Hugo Chávez, o de que el Rey tiene que ir expresamente a EEUU para recomponer lo que otros han roto... Pero todo eso aburre ya hasta las piedras. Todavía estamos a tiempo de disfrutar de las calles de Zaragoza, y de sus parques, y de tantos prodigios de la Naturaleza que tenemos en todas y cada una de las comarcas, y de la bondad y simpatía de las gentes. Y es un buen ejercicio perderse por los cinturones de circunvalación y las carreteras próximas y observar cómo la ciudad crece, cómo estamos acariciando con la punta de los dedos la Expo, gracias al buen hacer de Jerónimo Blasco; cómo la población rezuma vida por los cuatro costados, los niños sonríen... A veces nos olvidamos de tanto bueno que nos rodea. Y quiero enviar un mensaje de optimismo. Con especial cariño a Pepe Atarés, que se ha dejado la piel en lo que ha creído, y es ahora víctima del cainismo de la derecha y de sus propios errores. Y en el fondo, a todos los que se ocupan de que las cosas funcionen. Aunque no se lo reconozcan los que viven de ellos. *Abogado