Los vientos revolucionarios de la Primavera Árabe, que en Marruecos se bautizó como Movimiento 20 de Febrero, no se han plasmado en Rabat en unas reformas que trajeran una democracia real a un sistema en el que Mohamed VI reina y gobierna. Pero a diferencia de otros países, el rey tiene Marruecos bajo control. Esta dualidad, estabilidad sin democracia, es el mejor resumen de los 15 años de su reinado, que acaban de cumplirse. La estabilidad lleva aparejada un aumento de la inversión extranjera, que aprecia que Marruecos sea un lugar tranquilo en el que se pueden hacer negocios sin problemas. Pero este bienestar que beneficia a una minoría --empezando por Mohamed VI, dueño de una fortuna valorada en 1.100 millones de euros-- no se extiende por el país, azotado por la pobreza y el analfabetismo. Es en este caldo de cultivo donde germina una crisis social y económica que son nubarrones en el horizonte de un monarca que ha hecho de la represión de libertades, como la de prensa, una de las señales de identidad de su forma de reinar. Falta prosperidad y democracia.