No sé cómo acabará el partido. No sé cómo se las arreglará Montoro para controlar las cuentas del Govern, No sé si Rajoy se guarda algún as en la manga... Pero de momento los independentistas catalanes van por delante en el marcador, y estamos ya en tiempo de descuento.

El secesionismo se ha instalado en la ilegalidad... no sin antes garantizarse la legitimidad, al menos a los ojos de millones de ciudadanos de Cataluña. Que ahora son los que cuentan, ojo, porque esta batalla no se ganará o perderá en Madrid sino en Barcelona. Puigdemont y Junqueras han logrado convencer a mucha gente (pero mucha-mucha) de que la razón democrática está de su lado. Enfrente, la derecha española y españolista no ha logrado entender ni por un momento la importancia del envite y la gravedad de la situación. Ahora vacila (más tras la exhibición de fuerza soberanista en el mitin de Tarragona) y parece inclinarse por oscuras y peligrosas salidas de naturaleza coactiva. ¿Cómo de coactiva?, ¿cómo de contundente?

Algunos creemos que en este contencioso no tienen razón los unos ni los otros. No es por equidistancia, sino porque nos movemos en otro relato y otro imaginario que no es nacionalista. Sí entendemos que las leyes y la Constitución son instrumentos creados desde la política y que los jueces se limitan a interpretar y aplicar. No son dogmas de fe ni principios fundamentales intocables. Darles tal categoría es un error o un truco posautoritario (por llamarlo de alguna manera).

O en Cataluña se convoca un referendo pactado, sujeto a normas de claridad e incluido en una interpretación flexible de la Constitución y/o en una reforma constitucional... o el barullo no acabará bien para nadie. Algunos, ya sé, pretenden que basta con imponer la ley (la suya) mediante procedimientos coactivos. Ya. ¿Y hasta dónde llegamos? ¿Y cómo sostenemos tal situación en el tiempo?

Cuanto más se tarde en actuar con realismo, peor. En Cataluña cada vez hay más independentistas. En el resto de España cada vez hay más hastío. Eso... y un Gobierno incapaz.