No nos engañemos: en España, ni un rey ni un presidente de república ejercerán nunca el poder político, salvo el de representación. Cualquiera que fuese la alternativa elegida, solo manda el protocolo.

Cada opción presenta ventajas e inconvenientes, que, en mi opinión, no son decisivas para escoger entre un modelo de jefatura de Estado o el contrario. El presidente de la república es elegido periódicamente por el pueblo, al menos por una parte de los ciudadanos, pero no gozará nunca, al menos en este país, de unanimidad, y, en consecuencia, será difícil de aceptar que pueda ejercer su función con neutralidad. A un rey lo designan las leyes, simboliza y representa permanentemente la unidad y la historia de todo el país. Si no es neutral, dejaría de ser rey.

Hoy, por motivaciones circunstanciales que se acabarán olvidando, como todo en la vida, algunos están empeñados en zarandear a la monarquía para propiciar la venida de la tercera república (¿a la tercera va la vencida?). El problema es que no explican la clase de república que pretenden traernos: Como la primera o como la segunda. Ustedes mismos.

Cuando repasamos las causas que hoy atribulan a España (covid-19, inestabilidad política, falta de diálogo, intentos de separatismo, gravísima crisis económica, enormes pérdidas de empleo, etc) no nos queda otra opción que asirnos con fervor patriótico a la Constitución del 78; defenderla con todas nuestras fuerzas y desarrollarla con generosidad, hasta sus últimas consecuencias. ¿Les parece, realmente, que la solución, a todos estos problemas, pasa por discernir si España debe ser una monarquía parlamentaria o una república?

La mejor época de nuestra historia

La Constitución tiene todavía muchas cosas que decir, a pesar del tiempo transcurrido desde su promulgación. Además, hasta 2015, hemos tenido la fortuna de vivir la mejor época de nuestra historia. En consecuencia, el problema de hoy no es el texto constitucional, sino los elementos, separatistas y populistas, que acabaron por aterrizar en España ese año, y contra los que convendría defendernos con la constitución y la ley en la mano.

Durante 200 años nuestro país ha vivido atrincherado en las irreconciliables derechas o izquierdas. Si continuamos por este camino no iremos a ninguna parte. Sería más útil y conveniente que la separación entre españoles se hiciera entre los partidarios y los detractores de la Constitución del 78. Sobre esta única distinción deberíamos trabajar.

Los nuevos republicanos lo único que pretenden es romper España o ponerla del revés, desde posiciones radicales que sólo buscan el enfrentamiento como único fin de la política. La república como modelo de Estado les importa un ardite. En consecuencia, son la moderación y las potencialidades casi infinitas de la vigente constitución, los principios que nos harán avanzar hacia el futuro, sacándonos, para empezar, del atolladero en el que nos encontramos. Para conseguirlo es necesario que se pongan de acuerdo todos los partidarios de la Constitución, con sus matices, y hagan frente a una situación que, cada día que pasa, se hace más insostenible.

No se trata de formar gobiernos de coalición que muchos españoles no entenderían -PSOE/PP- por ejemplo, sino de pactar unas reglas del juego, una nueva ley electoral, conciliar y asumir compromisos para salir de la crisis sanitaria, económica y política y transmitir a los ciudadanos una imagen de unidad, diálogo, solvencia y seguridad, de la que todos estamos necesitados. Sólo así, España estará en condiciones de emprender las reformas que necesita y que el Covid-19 y sus gravísimas consecuencias, han convertido en urgentes.

Creo que no sería mala idea empezar por pactar los presupuestos del Estado, tan necesarios para salir del bache. Siempre y cuando las partes implicadas entiendan que pactar no supone ningún trágala ni imposición para ninguno de los protagonistas del presunto acuerdo. Cada uno que aporte lo mejor de sí mismo.