Tenía mono de feria. De feria del libro. Pero monazo, vamos. Cada cual tiene sus vicios, sus adicciones. Es muy humillante reconocerlo, pero los autores necesitamos el contacto con los lectores.

Esto es así, es un hecho irrefutable. Nos gusta firmar nuestras obras, estampar nuestro cariño y agradecimiento en letras o dibujos sobre el papel. Puede resultar un gesto pueril, infantil, pero es algo que nos encanta. Y lo echábamos de menos. Finalmente me he desquitado. Tras muchos meses sin poder participar en este tipo de eventos, hemos tenido una mini Feria del Libro de cuatro días en Zaragoza y, para sorpresa de muchos (me incluyo entre los gratamente sorprendidos), ha sido todo un éxito.

Tras dos cancelaciones por las severas restricciones, a la tercera intentona, in extremis , por fin, se ha podido realizar. Cuando ya nos encontrábamos en el último mes de este año extraño, hemos tenido Feria del Libro. Por descontado, respetando todas las medidas de seguridad, guardando las distancias, con aforo limitado, hidrogel a mansalva, mascarillas y toda la parafernalia. Pero había ganas de feria, ciertamente, y se ha notado con una notable afluencia de público ávido de lecturas. Ha sido un gustazo encontrarse de nuevo con los editores, libreros, compañeros y amigos y poder charlar animadamente y contarnos nuestras batallitas, tras meses sin vernos en persona en muchos casos.

Y como lector que soy, por encima de escritor o cuentista, también he aprovechado para pillar un montón de novedades, firmadas por sus respectivos autores, que las ferias me pierden doblemente, como escritor y como lector. Ay, es más fácil dejar las drogas que los libros y los tebeos. Y este fin de semana vuelvo a recaer, en la Feria del Libro aragonés de Monzón. No tengo remedio.