Posiblemente no hay nada que nos afecte más que saber de un hecho terrible sucedido en la infancia. Cualquier aberración donde las víctimas son niños nos conmueve desde una repulsa interna que va más allá de la propia condena. Esa etapa en que todo es plausible, esa inocencia sincera que puede ser vulnerada de manera violenta, el despertar a una realidad monstruosa creada por los adultos locos por el sexo o por el dinero, tendría que tener sentencias y reprobaciones de tal calibre, que además de que las condenas se cumplieran en su totalidad, las leyes internacionales deberían actuar unánimemente aplicando medidas de control desde el ciberespacio hasta la puerta de nuestras casas. La violencia que sufren hoy algunos niños, no es el típico cachete por su mal comportamiento, no es esa la riña entre grupos en el recreo del colegio, es más profunda, entra de manera que ni los propios padres, salvo como los supuestos delincuentes en el caso de Dania Nerea, son conscientes. Muchos niños de corta edad acceden al ordenador y buscan sus dibujos animados, películas sin saber hacia donde les pueden llevar, ven acciones que son interpretadas desde una percepción infantil real y las reproducen con unas consecuencias imprevisibles, solo cuando esas consecuencias tienen como resultado víctimas, se toma conciencia de lo que está ocurriendo. ¿Y entre tanto? ¿Cómo es que los adultos no perciben extraños comportamientos en esos niños? El documental Beware the Slenderman basado en hechos reales y con efectos trágicos, nos pone en alerta sobre la influencia de los monstruos que se depositan en la mente de la infancia. La tecnología se mueve a grandes velocidades, interponer filtros de cualquier índole y educar en el entorno familiar se hace imprescindible. H *Pintora y profesora