Cuando cayó el muro de Berlín parecía que el mundo emprendía un camino de libertades. Casi 30 años después, muros y vallas se han alzado por todo el mundo. El primer crecimiento de estas divisiones se justificó como medida antiterrorista tras los atentados del 11-S. Luego han venido guerras como la de Siria y situaciones económicas catastróficas en numerosos países de Asia y África, y los muros se han hecho más altos y más largos. La ampliación de la valla que propone el presidente Donald Trump entre su país y México es la más llamativa, pero nuestra Europa las va construyendo sin pausa. Bulgaria y Hungría van en cabeza, pero en total, en la UE se han alzado más de 235 kilómetros de vallas en sus fronteras externas. Además de cuestiones morales sobre derechos humanos y sobre legislación, estos muros llevan a plantearse la pregunta sobre su funcionalidad, y la respuesta es que solo sirven a los políticos montados en el populismo. Si se les cierra una puerta a los migrantes económicos y a los refugiados, buscarán -y encontrarán- otra, aunque sea más peligrosa, porque en ello les va la vida, la suya y la de su familia. Si se trata de frenar el terrorismo, la realidad indica que los criminales no necesitan cruzar muros. Y el peor de todos los muros no es el físico, es el mental que se instala en la ciudadanía, el que distingue entre ellos y nosotros.

Una película de presupuesto mucho más cercano al cine español que al de Hollywood fue proclamada la mejor en una gala de la 89ª edición de los Oscar que, sin embargo, no pasará a la historia por el modesto y magnífico filme del desconocido Barry Jenkins sino por un error impropio de la meca del cine. Porque Moonlight se quedó sin premio durante unos instantes hasta que el productor de La La Land, que había sido proclamada ganadora, se dio cuenta del error por la confusión de sobres. Algo impropio en una ceremonia que fue el reflejo de la excelente cosecha del 2016 y tuvo su efecto en un reparto bastante equitativo de los galardones. La gran favorita La La Land perdió fuelle conforme se acercaba el gran día, pero aun así ganó seis estatuillas. Moonlight, una poética obra sobre la identidad sexual de un joven negro en un barrio marginal de Miami, le siguió con otros tres. Su éxito en la principal categoría puede interpretarse como una reparación de lo ocurrido el año anterior con la polémica por la falta de artistas afroamericanos entre los nominados. El reconocimiento a Moonlight se convirtió también, de alguna forma, en la réplica del ala progresista de la Academia de Hollywood al presidente Trump. En la gala, sin embargo, hubo menos crítica política de lo previsible. Y es que Hollywood prefirió hablar solo de gran cine. Hasta que llegó, a ultimísima hora, un inesperado giro del guion.