Quién no ha visto hace unos días en algún medio de comunicación a la soldado norteamericana Lynndie England, una chica aparentemente simpática, bondadosa y angelical, que tiraba de la soga atada al cuello de un prisionero iraquí desnudo en el suelo. La soldado England no es más que un cubito de hielo en la punta de un gigantesco iceberg constituido por las torturas, los asesinatos y las humillaciones de los prisioneros iraquíes interrogados por los ejércitos norteamericano y británico. La cárcel bagdadí de Abú Graib es un caso más en el océano de terror y de muerte en que los verdugos han ido sumergiendo y ahogando a sus víctimas. Ha nacido un nuevo término en los últimos días: "guantanamizar"; es decir, implantar en otro lugar los métodos y el espanto existentes desde hace años en el campo de Guantánamo. Yo guantanamizo, tú guantanamizas, él guantanamiza... Y tras conjugar en activa y/o pasiva un verbo tan políticamente correcto, parece saludable darse media vuelta, mirar hacia otro lado y sanseacabó.

Sin embargo, la soldado England no cree ser responsable de sus actos, pues en su descargo aduce que seguía instrucciones de militares de más alto rango. "Sólo hacíamos nuestro trabajo" --declaró--. "Hacía lo que se nos decía que hiciéramos y el resultado era lo que querían". En otras palabras, ella se declara una mandada y remite a sus superiores para posibles acusaciones y reclamaciones. En parte no le falta razón, pues incluso la general Karpinski, directora de la citada cárcel bagdadí, responsabiliza de las torturas allí perpetradas a otro general, G. Miller, especializado en organizar semejantes barbaridades, incluidas las de Guantánamo. Unos y otros, en una larga cadena de mando y de despropósitos, utilizan los mismos argumentos: "No pensábamos que estuviéramos haciendo cosas que no se suponía que debiéramos hacer, porque se nos dijo que las hiciéramos". O sea, que no sólo son responsables quienes materialmente torturan, sodomizan, humillan o matan, sino también y sobre todo sus jefes, los altos mandos, los políticos que lo organizan, amparan, consienten o alientan.

RESULTA espeluznante que una institución pública perpetre semejantes crímenes contra la humanidad, pero es un verdadero naufragio que una persona pretenda justificar tales crímenes simplemente porque le dijeron sus superiores: "Buen trabajo, seguid así". Todos y cada uno de los seres humanos tenemos una instancia ética llamada "conciencia" y nada ni nadie puede eximirnos de la responsabilidad moral de nuestras acciones y nuestras omisiones. Por muchas argucias, estratagemas y coartadas a las que pretendamos recurrir para justificar una conducta criminal, nunca deberíamos llevar a engaño a la conciencia, la libertad y la responsabilidad personales, a no ser que hayamos decidido convertirnos en unos tramposos morales. Quien manda puede decir u ordenar lo que le venga en gana, pero cada uno es en último término quien, desde su conciencia, piensa, decide y actúa Y si resulta imposible continuar en una determinada institución para mantener la propia coherencia ética, queda la opción de denunciar los hechos y de largarse a otro trabajo más decente.

DE AHI LA importancia vital que la educación tiene para la formación y el desarrollo de la conciencia y el libre albedrío de los ciudadanos, especialmente de las generaciones jóvenes. No se trata de mera retórica y de discurso medio vacío ponderar como se debe la relevancia esencial de la educación para el presente y el futuro de la sociedad. En principio, resulta una opción profesional ser, por ejemplo, albañil, ingeniero, camionero, trapecista, profesor, taxista, médico o comerciante, pero lo que bajo ningún concepto resulta elegible es ser libre y responsable. Sin embargo, la libertad, la responsabilidad, la formación de la conciencia y la determinación de un verdadero criterio ético requieren previamente una labor educativa real y efectiva en el medio familiar, en los centros de enseñanza, en los medios de comunicación, en los lugares de ocio. No basta con que los padres suministren alimento, ropa y techo a sus hijos. No basta con que los centros educativos proporcionen aulas, cartilla escolar, asignaturas, profesorado y libros de texto. No basta con prometer en las campañas electorales más ordenadores y más horas de inglés en los colegios. Por encima de cualquier otra cosa, es preciso que cada ser humano, desde el primer momento de su existencia, vaya haciéndose cada vez más consciente, libre, autónomo y responsable.

*Profesor de Filosofía