Escribo empujado por una serie de acontecimientos que últimamente me han afectado moralmente, bien en los altavoces mediáticos, bien en las banderas que han ondeado a media asta por orden de la todopoderosa ministra de Defensa en cientos de cuarteles: ¡había muerto Cristo en la Cruz! (hace alrededor de dos mil años). Otra inmensa cruz corona el Valle de los Caídos, objeto de una chanza en el corrosivo programa El intermedio de Wyoming. Las denuncias, que casi siempre aceptan los jueces cuando provienen de la ultraderecha, han hecho que supiéramos de esa asociación en defensa del terrible osario, levantado por presos políticos en honor de Franco y José Antonio y otros de sus «mártires por Dios y por España»; de los mal justificados fondos con que el Estado les financia, al igual que a la Fundación Francisco Franco o hasta hace poco a la aznarista FAES.

Y me pregunto: cuando alguien, desde el Gobierno como desde cualquier otro origen, desobedece la Constitución ¿qué ocurre, qué debe ocurrir, quién debe actuar? Porque no parece que el Gobierno se fuera a contradecir con la flamante orden castrense de su más mimado miembro. Ese Gobierno del que hace poco formaba parte un increíble personaje de Mortadelo y Filemón, otorgando medallas a las Vírgenes, como en tiempos de Franco (y considerando que su incompetencia dejándose grabar conversaciones delictivas en su despacho de ministro le hacía víctima y no reo de alta felonía política). Ese mundo militar (no tanto, pero también la militarizada Guardia civil) en el que se sigue tolerando el machismo, tapando las tropelías, apoyando siempre a la masculina línea de mando, ya me entienden. Como ha dicho hace poco el gran jurista oscense Lorenzo Martín-Retortillo: «Los males que nos aquejan no proceden de la Constitución, sino de su mal uso o de su no uso».

Ha vuelto a producirse esta Semana Santa la desbordante ocupación de calles y plazas en cientos de ciudades, los estruendos de tambores y bombos, los pasos de mayor o menor valor escultórico, los cantos y los silencios. Su extraordinaria presencia en la vida social, cultural, española, es cada vez menos indiscutible factor religioso, es tradición incluso en no creyentes. Pero qué fuerza parece darle a esa Iglesia que vuelve al nacionalcatolicismo, que niega (la mentira ya no parece ser pecado) gravísimos casos de pederastia, conflictos en los seminarios, enfrentamientos clericales.

Y en esas, saltan los registros de iglesias, monumentos, ermitas y otros edificios religiosos. Es asunto viejo, que comenzó con el conflicto en Aguarón por la ermita: al día siguiente dicen que el arzobispo Yanes fue cauteloso a registrar docenas de templos de la archidiócesis. Pero debió de dejar los menores o los «indudables». La chispa ahora es la carta que el alcalde Santisteve envía al Papa el 3 de abril, pidiendo su apoyo para conseguir la nulidad de la inmatriculación de la Seo de Zaragoza y La Magdalena. Aunque no cuestiona «el carácter sagrado, ni su uso litúrgico, solo mantener en el patrimonio común lo que ha sido patrimonio común de nuestra historia», cunde la alarma. El alcalde declara: «No queremos abrir un debate sobre la libertad de culto... He oído barbaridades como que queríamos expropiar la Basílica del Pilar... En absoluto. Lo que ha habido… un proceso poco transparente por parte de la Iglesia y sin saber los títulos de propiedad que ha presentado... Que no se haya abierto un debate en los últimos 40 años sobre la constitucionalidad de la ley hipotecaria franquista no quiere decir que ahora lo tengamos que dar por bueno».

Y encima, otra abierta guerra religiosa, porque lo son -católicos- en su mayor parte los directivos del grupo de colegios concertados, la mayoría en la capital, que han enconado las posturas ante el intento de la DGA de racionalizar gastos y esfuerzos cuando disminuye el alumnado. No se esperaban esa fortísima oposición de colegios y padres de los alumnos, manifestados en una espectacular prueba de fuerza con unas 20.000 personas en las calles zaragozanas. Hasta los jueces apoyaron la protesta. Creo que quizá, ya que son «concertados», podrían haber participado en la planificación que les afecta, colaborado como si no fueran el enemigo, ni ellos así considerasen al gobierno de izquierdas. Podemos pidió medidas drásticas, quizá más para seguir fastidiando a Lambán que por hacer cumplir, en momentos tan complejos, sus radicales ideas. Los fines y los medios, de nuevo de espaldas.

Un cura del bajo Ebro, hombre sencillo, vestido con modesta chaqueta de trabajo, nos recibía uno de esos días «santos», de paseo por nuestros alrededores, y nos enseñaba en Villafranca el magnífico retablo de Vicente Berdusán, restaurado hace unos años (y muy bien estudiado por Juan Carlos Lozano). Con sencillas palabras se dolió de las penurias en que estaba el templo, por lluvias e inundaciones, la mucha edad de sus feligreses, el trabajo colectivo que un cuarteto de sacerdotes tenía con otros tantos pueblos de esa ribera, tan abandonada en caminos y construcciones derruidas. Es el tiempo, que todo lo corroe, menos la fe amplia y humilde de esas personas, que no preguntan quiénes somos, en qué creemos, qué queremos (sólo conocer los valores y bellezas de nuestra tierra). A ellos, mil gracias. Y manos estrechadas. <b>*Catedrático emérito de la UZ</b>