En mi sueño estoy en una pequeña isla desierta, muerto de aburrimiento. De pronto, una mujer llega a la isla, emergiendo del mar desnuda y toda empapada. Radiante de felicidad, saco un balón de fútbol y se lo paso. Ya puedo jugar a fútbol con alguien… La mujer tuerce el gesto, no parece tener ganas de jugar a la pelota. Me sonríe con picardía, no obstante. Tiene dos tetas redondas, como balones de fútbol (vale, me pierde el balompié), y luce también una nariz redonda, grande, muy graciosa. Está dibujada con el inimitable estilo del humorista argentino Mordillo, que acaba de fallecer a los 86 años, y comprendo que estoy en un sueño y que de alguna manera me encuentro en su universo particular. Yo también soy un dibujo de Mordillo, por cierto, como constato con un rápido vistazo. Con la lógica absurda de los sueños, decido disfrutar la experiencia sin darle muchas vueltas al asunto. Total, si se trata de un sueño… La mujer extiende los brazos hacia mí, en claro gesto de querer abrazarme, y un corazón rojo enorme aparece encima de su cabeza, como para demostrar el amor que siente por mí. Pero descubro que de sus brazos y del corazón surgen unos finos hilos que se pierden en las alturas, como si un titiritero manejara su destino y sus acciones. Sin embargo, decido corresponder a su amor incondicional y darle algún regalo. Miro a un lado y a otro; la diminuta isla desierta solamente cuenta con una pequeña flor en su curva superficie. No lo dudo ni un segundo. Arranco la flor del suelo (plof) para regalársela. Y de pronto toda la isla empieza a deshincharse (pfff), increíblemente, como un globo pinchado. Mientras el agua nos rodea, nos abrazamos desesperadamente en la última viñeta.

*Escritor y cuentacuentos