Cuando entré de meritorio en el Heraldo (que venía a ser como becario, pero con un sueldo digno) acabé heredando la olivetti de Juan José Benítez, que por entonces se había marchado de reportero estrella (sucesos y temas sociales) a La Gaceta del Norte. El colega todavía no había iniciado su serie de libros Caballo de Troya, pero sí solía publicar, todos los viernes santos, escalofriantes artículos en los que conocidos traumatólogos, forenses o cirujanos explicaban la muerte de Cristo ateniéndose al relato de los evangelios, a las huellas en la sábana de Turín o al experto testimonio de historiadores y arqueólogos. Llegaban estas fechas y ¡zas!, Benítez te encajaba la versión técnica y sádica de la pasión. Pero (vuelvo al tema) yo me puse bien contento cuando a los veinte años me pasaron su máquina de escribir. No chorreaba sangre.

Se supone que la agonía y muerte de Jesucristo dignifica el dolor y el sufrimiento al convertirlos en vehículos de la salvación. Pero tal exaltación de la tortura (morir cruficado siempre fue un castigo horrendo) no deja de ser un delirio antinatural y casi pervertido, sobre todo en su versión barroca, cuando las huellas del látigo, los golpes y la corona de espinas (¡Ecce homo!) aparecen representadas en cuadros y esculturas con morboso detalle.

Quienes defendemos la muerte digna, y en última instancia la despenalización y reglamentación de la eutanasia, luchamos contra los resabios culturales que justifican el sufrimiento. La ciencia médica es capaz hoy de establecer diagnósticos de absoluta precisión, y los derechos de aquellos ciudadanos a quienes se detectan enfermedades sin cura posible debe incluir la opción de acabar pronto y sin dolor. Cualquier otra cosa es una barbaridad que alcanza su cima más horrible al mantener a la gente viva contra toda esperanza, semanas y meses, sumergida en la degradación física y psíquica.

Deberían tenerlo en cuenta los políticos que legislan. Y otra cosa: la eutanasia es una opción voluntaria. El que quiera sufrir siempre podrá hacerlo. Así es la bendita libertad.