¿Suele echar un vistazo de vez en cuando a su móvil mientras desayuna, almuerza o cena con sus hijos? Pues sepa que este gesto aparentemente inocente, según Sherry Turkle, experta en comunicación digital, puede alterar de manera insospechada las relaciones familiares. Lea. Tal vez decida cambiar ese hábito. Hoy sabemos que la simple presencia de un móvil encima de la mesa familiar, aunque esté en modo silencio, divide nuestra atención entre la gente real con la que estamos y la gente virtual que nos reclama desde el móvil. Se ha comprobado que ese móvil en silencio impide la posibilidad de iniciar y compartir conversaciones significativas.

Los estudios demuestran que los niños que hablan cada vez menos cara a cara con sus padres tienden a ser personas menos habladoras y, lo que parece más inquietante, estos niños con desnutrición conversacional en el futuro tendrán serios problemas para entender a la gente con la que hablen. Como sostienen los expertos, el precio que estamos pagando por nuestro alejamiento de la conversación cara a cara es una crisis de empatía con imprevisibles consecuencias comunicativas en el ámbito familiar. Las investigaciones indican que los jóvenes que más usan las redes sociales y hablan menos cara a cara tienen más dificultades para interpretar las emociones, incluidas las suyas propias: ven un vídeo viral de alguien que sufre un accidente grave, se ríen, y pasan al siguiente vídeo, sin pensar siquiera en si esa persona se ha hecho daño o en reflexionar un instante en cómo se sentirían si les hubiera pasado a ellos mismos.

En las conversaciones a través de aplicaciones de móvil, no solo se pierde el contacto cara a cara, sino también la cultura y la biología de la mirada. El psiquiatra Daniel Siegel demostró que los seres humanos necesitamos experimentar el contacto visual significativo durante la infancia para desarrollar las zonas cerebrales relacionadas con la empatía: «Si se repiten decenas de miles de veces durante la infancia, estos pequeños momentos de compenetración mutua sirven para transmitir lo mejor de nuestra humanidad -nuestra capacidad para comprender y amar- de generación en generación».

¿Qué podemos hacer? De igual manera que, ante la plaga de obesidad, los nutricionistas proponen no hacer una dieta milagro, sino modificar nuestro estilo de vida, Turkle sugiere un cambio en nuestros hábitos comunicativos para hacerlos más saludables. Su tesis es que la cura para nuestra hiperconexión no es que prescindamos de la tecnología, sino que encontremos un espacio y un tiempo para recuperar la conversación cara a cara: «En lugar de repasar los wasaps que te han ido llegando mientras empujas el carrito de tu hija, habla con ella. En vez de poner una tableta en el columpio de tu bebé, léele un cuento. No mires cualquier cosa en tu móvil si te parece que la conversación se ha vuelto aburrida con tu hijo adolescente, haz un esfuerzo por reavivarla».

La potencia educativa y civilizatoria que la conversación cara a cara tiene en el ámbito familiar es transcendental. Según un estudio reciente, uno de los indicadores más fiables del éxito futuro de los niños en su vida personal y profesional es el número de comidas que disfrutaron con su familia. En la educación infantil y juvenil es muy importante crear espacios familiares sagrados, como el comedor, la sala de estar, la cocina o el coche, libres de dispositivos digitales. Aprender a conversar en familia crea una cultura comunicativa que nos enseña a esperar nuestro turno, a escuchar con atención a los demás, a interpretar lo que dice también su cuerpo, su tono de voz. La familia es un foro ideal para hablar de nuestras preocupaciones y experiencias, y aprender a escuchar a los demás. En todas las biografías de Steve Jobs, el fundador de Apple, se cuenta la importancia que le daba a la conversación familiar. Cada noche, Jobs, su mujer y sus hijos cenaban juntos en una gran mesa en la cocina y hablaban sobre libros que habían leído, sobre temas de historia y de ciencia. Nunca sobre política. O sea que, aunque Jobs creó el Mac, el iPhone y el iPad, ninguno de esos dispositivos estaba presente en ese espacio sagrado de conversación familiar.

Ya ven: los gurús tecnológicos de Silicon Valley no viven precisamente la vida digitalizada que diseñan para los demás. Conviven familiarmente en hogares que disfrutan del lujo de ser espacios libres de dispositivos y ricos en conversaciones intergeneracionales. Y resulta que ese contexto libre de mundos virtuales les permite desarrolar más habilidades comunicativas. H *Catedrática de Lengua Española