El móvil es el objeto mágico del posmomento. El genial Forges explica muy bien una nueva enfermedad que afecta al túnel carpiano del pulgar, de tanto darle al miniteclado. Algo tiene que ver el ratón, años y años de darle al ratón, una herramienta casi nueva, que exige forzar las tuberías de la mano, ese apéndice del primate atareado, primate abismado entre pitidos. El dolor del pulgar, nuevos cuadros clínicos. El móvil es el objeto por excelencia ahora, casi todo está en esa cajita mágica. Lo que nos anuncian es otra generación con más posibilidades, más cara (por vernos la cara). Entre las estampas futuristas de los setenta --este tema ya es un género-- el teléfono que permitía ver al interlocutor es la que ha llegado más pronto, más fresca. Su cara en movimiento, en tiempo real, es un manojo de datos binarios, binarizados. Es la televisión individual, el tu a tu sin tu interfaz. Tal como explican los anuncios, esta oleada de móviles nos va a cambiar la vida otra vez, cuando apenas nos íbamos adaptando a la anterior, que comprende también las fotos de las torturas de los soldados norteamericanos en Irak, con las que desconvivimos como podemos.

Los videoteléfonos o como se llamen nos ponen el cine en la mano, el granhermanismo continuo, qué tentación, igual que es posible grabar voces sin parar, enviarlas, trocear fragmentos de otras vidas, de las nuestras, que a su vez ya vuelan hacia destinos ignotos, rebotando en los éteres más o menos contaminados. Nuestras caras --alguna caja de ahorros escanea el DNI de los clientes para tenerlo en las pantallas-- van y vienen por entre los aerogeneradores, bit a bit, en paquetes que se ensamblan y se separan y se vuelven a juntar. De todas formas el móvil es un atraso. Lo que tiene que llegar a ser el móvil, por llamarlo de alguna manera, y sin aumentar de tamaño, es un ordenador completo, tan potente como cualquier portátil; un ordenador que haga todo sin inmutarse, a toda velocidad, que pueda expandirse sin hacer bulto ni peso: que proyecte un teclado sobre cualquier superficie, que proyecte una pantalla (claro, plana, planísima, inexistente) sobre cualquier cosa, sobre el asiento delantero del tren, del bus, sobre la pared del excusado... Que cargue él con nuestras vidas otras, que responda a la voz y obedezca sin rechistar. Y que sea barato. Ja ja.

*Escritor y periodista