La agresión a un destacado militante de Vox en Zaragoza, en el zaragozano barrio de Delicias, ha hecho saltar las alarmas ante lo que inevitablemente parece estar tomando forma como una ola llena de violencia política. Violencia en principio minoritaria, dirimida, por ahora, entre grupos radicales, pertenecientes asimismo a ideologías o partidos extremistas, pero con el claro riesgo de extenderse, según vengan dadas las circunstancias, a segmentos más amplios de la sociedad. De momento, tenemos neonazis, antifas, cedeerres, okupas... Mañana, ¿quién sabe?

La inmensa mayoría de los españoles, pacíficos ciudadanos, no tiene nada que ver con estos enfrentamientos. Ni los jalean, ni los desean.

Muy al contrario, los observan impotentes y con creciente preocupación porque, tal como están los ánimos, en cualquier manifestación o conversación, alce alguien una bandera o levante la voz, puede encenderse la discusión y precipitarse el insulto, el enfrentamiento, la riña, la pelea, la reyerta...

Para caldear los ánimos, sólo falta que algunos de los líderes más demagogos, como Pablo Iglesias o Santiago Abascal, o el payaso Rufián, se enzarcen y llamen a andana.

El riesgo de mayores males, de que sobrevenga alguna muerte, de que se cometa algún crimen o atentado subyace ahí, en esa ira soterrada, apenas contenida, de las nuevas milicias urbanas, en los escraches, en las palizas y amenazas, en los bates de béisbol, catanas y navajas. Cercenar de golpe y por la base la nueva ola de violencia política es misión de las fuerzas del orden, naturalmente, pero también de la casta, de la clase política, cuyo ejemplo, si es malo, se amplifica enormemente, debido a los altavoces de que disponen personajes como los anteriormente citados.

Tiempos de radicalismos que recuerdan a las primeros de la Transición, cuando la crispación sacudía las calles españolas. También, aunque cada vez, por suerte, más remotamente, a los meses pre--bélicos de la guerra civil, cuando el ambiente político, electrizado por el odio, podía ensangrentarse en cualquier momento. Pongan remedio antes de lamentarlo.