Viene la primavera y pilla al gobierno saliente recogiendo sus cosas, haciéndose a la idea. Cambian los días, se altera la luz y la vastísima parroquia del PSOE, las innúmeras familias de este gigante dormido, salen a ver qué aspecto tiene el nuevo mundo. En esta joven democracia siempre es la primera vez de algo. Ahora es la primera vez que el PSOE vuelve a la Moncloa, a pilotar el país, de modo que mirando las cosas con perspectiva se observa que el sistema funciona: hasta el inversor más remoto ve que hay una estabilidad. La gracia del sistema autonómico es que amortigua estos grandes vaivenes del Estado, cataclismos y hecatombes, corrimientos sísmicos de subsecretarios, mudanzas de delegados... Las autonomías, aún sin acabar de autonomizarse, suavizan estos vuelcos geológicos del turno de poder y amansan las turbulencias del Estado, mastodonte solemne que de vez en cuando suelta lastre al dictado de los tiempos: ahora unas empresas públicas, ahora capacidad de decisión a Europa, ahora unas competencias a las autonomías, ahora unas libertades a los ciudadanos, que aprovechan los móviles y el correo electrónico para reenviarse consignas sin pedir permiso a la autoridad ni a los medios de comunicación... Las autonomías, con sus elecciones respectivas, amortiguan la debacle del turno, la diversifican. De manera que siempre hay una gran variedad, un cierto grado de consuelo, un reparto también territorial de los poderes.

Ahora que ha ganado el PSOE, el otro gigante dormido, recordamos sus abusos, los nombramientos a dedo, el control de los medios, el sectarismo... o sea, el mismo catálogo que ha venido ejerciendo el PP (y que en cuanto puede ejerce el PSOE en las autonomías), y nos echamos a temblar preventivamente. Cabe la esperanza de que este PSOE se haya aligerado en su travesía del desierto, pero también cabe el temor de que esos vicios sean inherentes al sistema, independientemente del partido que lo pilote. La ventaja del momento es que no hay mayoría absoluta, fuente de todos los abusos y prepotencias. Para acceder al poder, el PP montó un griterío que casi acaba con el chiringuito. Esperemos que sepa cederlo con elegancia, que resista la tentación de firmar mazos de facturas, cargos, favores. Por lo pronto, el trasvase se sigue ejecutando, y esa ratería confirma el acierto del vuelco electoral.

*Escritor y periodista