Sonreímos con los ojos tanto como lo hacemos con la boca. Vemos con los labios mientras sonreímos con la mirada. El lenguaje no verbal nos comunica porque interpretamos a nuestro interlocutor, a través de mensajes complementarios que nos llegan desde su cuerpo. Lo hacemos analizando tres tipos de datos que emitimos todos los humanos: la kinésica, la proxémica y la paralingüística. Lo kinésico hace referencia al conjunto de gestos, posturas y movimientos corporales que acompañan el intercambio de información. La proxémica estudia el uso que hacemos del espacio personal que rodea nuestro cuerpo. De hecho existen unas medidas al respecto, que indican el grado de cercanía en función del tipo de comunicación. La escala regula, de más cercana a más alejada, la relación íntima, la personal, la social y la pública. Por cierto la distancia social se establece entre 1,20 m. y 3,60 m. Al final lo que nos piden es cambiar la distancia personal, mucho más corta, por la social. Menos mal que no han dicho nada del espacio íntimo. Por último, la paralingüística estudia todo aquello que acompaña al lenguaje en forma de señales e indicios, no verbales, que aportan contexto o sugieren interpretaciones del lenguaje. Hablamos del tono o volumen de la voz. También de la risa, el llanto o el bostezo, entre otros elementos.

Sabemos las dificultades que tenemos en la comunicación cuando no atendemos, de forma coordinada, los movimientos que vemos en los labios con los sonidos que escuchamos a la hora de entender un mensaje. Lo mismo pasa con toda la comunicación no verbal. La expresión muscular de nuestros gestos faciales es muy compleja e integrada. Tenemos 43 músculos en la cara. Para sonreír necesitamos activar 17 de ellos. Pero no todos están junto a los labios. Una sonrisa no la percibimos como tal si no activamos otros músculos del rostro, que están junto a los ojos y párpados. Esa expresión de alegría llega hasta la frente. Y si nos partimos de risa, la orquesta muscular es multitudinaria. Es imposible interpretar el lenguaje no verbal de la comunicación si no percibimos los mensajes que emite la mayor parte de nuestra cara.

Las mascarillas no solo dificultan nuestra identificación. La comunicación también se tambalea. No es una cuestión de distorsión sonora. Es la incapacidad de construir un contexto que da significado pleno al mensaje. Con las mascarillas puestas no es posible transmitir ironía. Con el rostro tapado no sabemos si la risa es sincera o fingida. Sin vernos la cara, no sabemos si las lágrimas esconden una tristeza sentida o una emoción de alegría contenida.

La situación en Aragón es crítica al respecto. No es posible el humor somarda sin la autenticidad de un gesto, tan maño como necesario, para llenar de contexto el lenguaje verbal de la retranca aragonesa. Lo que echamos de menos en la calle, se echa de más en la política. Necesitamos mascarillas con filtro para purificar las relaciones sociales. La ultraderecha está transfigurando la bandera de todos los españoles en su pendón, a base de pasearla entre cacerolas de inducción patriótica. Los fachas alfa pretenden estamparla contra el rostro de los demás, al ponerla en sus dispositivos de protección higiénica. Son los que mejor han comprendido que se deben tapar la boca para no contagiarnos de su intransigencia. Comienzan convocando un paseo por España, se ofuscan agrediendo a periodistas que trabajan y terminan, llenos de odio, con ganas de darnos el paseo a sus compatriotas de la acera izquierda.

El Gobierno ha aprobado la que se espera sea última prórroga del estado de alarma. La semana política ha vivido acuerdos y disonancias en todo el arco parlamentario, a diestra y siniestra del Gobierno. El apoyo de Ciudadanos a Sánchez ha provocado la huida de los naranjas del político más rico de nuestro Congreso. El diputado Marcos, Quinto de España y segundo de la Cola, ya no está entre nosotros porque sigue siendo de los suyos. Y mientras Pablo Iglesias refrendaba su mandato al frente de Podemos, crujían las costuras que unen mayorías parlamentarias, Gobierno e intereses electorales cercanos. Esas mezclas complejas, con ingredientes tan diversos y dispersos, aconsejan volver a la coctelera de partida para recuperar el auténtico sabor progresista. Los agentes sociales deben recobrar el protagonismo y la iniciativa, para que la reconstrucción sea exitosa y consensuada. Dos palabras indisolubles y compatibles con la derogación de la reforma laboral del PP.

Por Zaragoza cada uno sigue a lo suyo. Nuestro alcalde de cámara ha decidido impulsar un hospital privado recalificando y vendiendo, al mejor impostor sanitario, unos terrenos públicos junto a Gómez Laguna. Aplaudimos la sanidad pública y defendemos un incremento de su inversión, para que el PP favorezca a sus amigos. ¡Tanta foto en el Miguel Servet, para terminar enmarcándola con dinero privado! No es una casualidad, pero sí una casuelidad. La derecha nunca es de moda casual. Y menos en temas de suelos. En el escenario de este crimen, todo apunta al mayordomo de guantes blancos, junto a sus cómplices de mayoría municipal. Aunque no veamos la boca de Jorge Azcón, sabemos el gesto somarda que esconde su mascarilla. Ya lo dijo Lord Byron, «la envidia hace muecas, no se ríe».

*Psicólogo y escritor