Cuando se llega a cierta edad en la que ya hemos visto muchos telediarios, las campañas electorales resultan insoportablemente aburridas. Esta en particular me resulta soporífera, repetitiva, agresiva y de baja calidad. Como si estuviéramos en la recta final de las rebajas. Donde ya no encuentras chollos, sino productos sin lustre por cuatro euros.

Yo me he inventado un sistema para ver los informativos con el sonido a cero y con mi música preferida a toda pastilla (cuando estoy sola, claro). Es placentero ver desfilar a los candidatos por las imágenes sin oírles. Sobra con su lenguaje corporal y por cómo enseñan los dientes para saber de qué están hablando. Se dan mucha importancia, pero en general les falta cualidad, clase, aptitud y disposición. Además casi siempre están enfadados o bien sonríen demasiado para ocultar la ausencia de argumentos que nos convenzan para apoyarlos. Un muermo. Se mire por donde se mire.

El peligro de todo este aburrimiento que producen es la abstención. Vamos, que el electorado, nosotros, estemos hasta las narices de líderes, diciendo siempre lo mismo (es decir: nada interesante) y pasemos de votar el 28-A. Algo dramático porque nos jugamos el progreso y los avances sociales, que al fin y al cabo es lo único que importa de verdad. A mí me preocupa mucho que no vayamos contentos a votar. Y la culpa de todo la tienen estos políticos que, o bien han perdido la capacidad de ilusionar o no la han tenido nunca.

Salen a escena desnudos de oratoria. Solo vestidos con los argumentarios de rigor y con el corazón escondido, como si trabajaran en algo mecánico, de meter horas hasta el agotamiento para producir ¿qué? Podría ser para producir agresividad, descalificaciones al contrario, ideas fijas, sentimientos primarios y básicos. El discurso es hablar mal del otro. Comprendo que se necesita ser de una casta especial para dedicarse a la política. Ser ambicioso, mentiroso, trabajar muy duro, y hablar por no callar. Pero no les vendría mal unas clases de Oratoria. Sí, esa maravillosa asignatura que el próximo curso se ofrece en Aragón como optativa en 1º o 2º de Bachillerato al objeto de que mejore su capacidad de expresión y aprendan a hablar en público, a desarrollar un discurso más elaborado.

¿Se imaginan a estos señores y señoras que salen todos los días hablando en público, pero con las clases de Oratoria bien aprendidas? Manejando las habilidades necesarias para que puedan comunicar con precisión, rigor y claridad sus propias ideas, y no las que les pasa el asesor de turno, supervisadas antes por los aparatos de los partidos. Sería un sueño, tal y como están ahora las cosas. ¿Y cómo están?, pues en una línea plana donde solo cabe el bostezo o bajar el sonido a cero. Quizás con un poco de suerte, y en unos años, los alumnos aragoneses entusiasmados por la Oratoria les puedan dar unas lecciones de cómo emocionar a la gente y hablen con el corazón sin ponerse solo la mano en el pecho.

*Periodista y escritora