La concepción que desde el Partido Popular se tiene de cuanto ha acontecido desde el pasado 14 de marzo podría resumirse, básicamente, en un error de la historia.

Los españoles, desde el punto de vista del partido liderado por Mariano Rajoy (y, en la sombra, no lo enterremos tan pronto, por José María Aznar) se equivocaron al apoyar la aventurera y nada sólida opción de José Luis Rodríguez Zapatero. Una parte trascendental del electorado, en especial aquellos 300.000 votantes, --sufragio arriba, sufragio abajo--, que cambiaron su papeleta de la gaviota por la de rosa empuñada, lo hicieron inducidos por las saduceas maniobras de Iñaki Gabilondo y el resto de prensa cimarrona no marcada ni uncida por el hierro del poder. A partir de ahí, de ese gigantesco y provocado error de la historia, todo han sido calamidades, llantos, crujir de dientes: hemos perdido la guerra de Irak, huyendo como conejos de un enemigo que nos había plantado cara en la escena internacional; se ha derogado el trasvase del Ebro, que iba a trasladar la prosperidad a las sedientas comarcas de Levante y Andalucía; se ha promocionado el matrimonio y la adopción homosexual; hemos abandonado a Bush a su propia suerte; carecemos de aliados externos, y en cuanto a los nacionalismos endogámicos que soportan las políticas del PSOE todavía está por ver su coste institucional, constitucional, político, económico y social.

Imbuidos en estas y otras catastrofistas percepciones, pero al mismo tiempo persuadidos de que tanta calamidad no podrá durar mucho tiempo, no es de extrañar que los líderes populares se estén empleando a fondo a la hora de reafirmar ante su electorado aquellos programas que los llevaron al poder.

Así, sin ir más lejos, tres de los barones autonómicos, Jaume Matas, Esperanza Aguirre y Francisco Camps, presidentes, respectivamente, de las comunidades autónomas de Baleares, Madrid y Valencia, ese nuevo "eje de la prosperidad" del que tan ufanos se sienten sus valedores, acaban de juramentarse para reivindicar, una vez más, y sin que les cunda el desánimo, el trasvase del Ebro. Camps, el valenciano, ha dicho, concretamente, que el megaplan trasvasador está parado "sólo temporalmente", y que volverá a ponerse en marcha "inmediatamente después de que haya un gobierno con juicio, con capacidad y con proyecto de España". Esto es, que en cuanto el PP regrese a La Moncloa, lo primero que hará será abrir la tubería para dejarnos a los aragoneses, por levantiscos, con un palmo de narices.

Camps, como si fuera un futurible ministro de Fomento, se ha tirado semejante moco sin consultar, siquiera por educación, a sus atribulados colegas del PP-Aragón, cuyo patético silencio en este asunto puede concluir por convertirlos en eternos comparsas de la política autonómica. Su delegado regional, Gustavo Alcalde, que parece tener cruda la reelección, tampoco ha dicho esta boca es mía, otorgando, con su sonora omisión, la voz y la palabra a su colega levantino.

Menos mal que en Europa los han mandado, a unos y a otros, a escaparrar.

*Escritor y periodista