Los confinamientos decretados en su día para combatir la expansión de la pandemia y la violencia doméstica constituyeron y constituyen «una mezcla tóxica para muchas familias», según un resumen escueto y certero de la situación de Melissa Alvarado , experta de la ONU en la materia. La obligación ineludible de las víctimas de compartir el mismo techo con sus victimarios ha multiplicado los casos de malos tratos sin que, por lo demás, llegaran casi nunca a la opinión pública las situaciones imposibles vividas entre cuatro paredes. De forma parecida, aunque agravada por la duración del encierro, a los episodios de convivencia degradada que se registran durante las vacaciones en el seno de hogares sometidos a la lógica machista, el ámbito privado fue demasiadas veces un infierno.

Con la desescalada, en España, el Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ya confirmó la existencia de un repunte de las denuncias por violencia machista. Casos de mujeres que, con una situación ya vulnerable, la vieron agravada con el encierro domiciliario y la dificultad, cuando no imposibilidad, de contactar con los servicios de protección.

A la vista de los datos que maneja Naciones Unidas acerca de esa vulnerabilidad acrecentada, de las circunstancias excepcionales y de la debilidad específica de innumerables familias monoparentales que solo cuentan con los ingresos de una mujer, es fácil deducir que la erosión del pacto social y de convivencia causado por la enfermedad reclaman un tratamiento particular de protección de las mujeres en los ámbitos asistencial, económico y laboral.

«Ganan menos, ahorran menos, tienen trabajos menos seguros y más posibilidad de trabajar sin contrato de forma informal», describe el informe de Naciones Unidas. De hecho, en los momentos de crisis son, junto con los jóvenes, las primeras víctimas del paro y de los trabajos precarios.

Mientras la pandemia sanitaria generada por el covid-19 ha golpeado a todo el mundo sin distinción, las mujeres sufren además la violencia y la explotación y la vulnerabilidad económica.

Se trata de una necesidad objetiva, tan ineludible como el confinamiento mismo, porque las dificultades que afrontan las víctimas para sobreponerse a diferentes formas de toxicidad tienen unas características concretas, diferentes a las que deben afrontar el resto de ciudadanos, afectados solo, y es mucho, por la congelación de la economía.