El mundo, que antes era de los tecnócratas, ahora es de los burócratas. Biden ha sido recibido como una bendición en los convulsos Estados Unidos, y Salvador Illa desembarca en Cataluña como una especie de salvador. Ni uno ni otro habían brillado nunca, aunque siempre estuvieron ahí, siendo esa, la de estar (o estarse, que se diría en Aragón), la mejor virtud de estos probos servidores de las administraciones públicas.

Illa, en su burocrática rutina, tiene además la ventaja adicional de no molestar a nadie. Muy educado y suave en las formas, es hombre de consensos, aunque acabe haciendo lo que le da la gana. Un poco en la tradición socialista de Solana, por poner el ejemplo de uno de sus mayores y maestros, que se llevaba siempre el gato al agua pareciendo que nunca tomaba partido.

El exministro de Sanidad desembarca en su nueva circunscripción con unos alucinantes registros estadísticos. Las encuestas le dan muy alto, incluso ganador de las próximas elecciones catalanas.

Una expectativa incomprensible y que el PSOE no recuerda desde Pascual Maragall, pero que Salva, este político constante y trabajador (aunque poco se le luzca), podría emular. Tiene también a su favor Illa la ausencia de rivales de peso. La burguesía pujolista es ya irrepetible tanto en su capacidad de chantajear al Estado como en su escuela de latrocinios, y en cuanto a Esquerra Republicana, Aragonés y Rufián forman una extraña pareja con poco gancho. Tampoco lo tiene Illa, desde luego, con tanto carisma como el de una farola en una noche de niebla.

El resto de políticos catalanes, Junqueras, Colau, el pícaro Puigdemont se presentan ya como muy amortizados y con pocas ideas nuevas susceptibles de seducir a los catalanes hacia una u otra dirección. Todo indica que las fuerzas nacionalistas van a copiar el modelo vasco del PNV, que tan buenos rendimientos económicos viene dando a los recaudadores o golfos apandadores de Ortúzar. Competencias y mucho dinero a cambio de dejar la independencia en paz, o para más adelante.

Con Illa, todo será más previsible y aburrido, menos vibrante, pero puede que ese tono mansueto y pertinaz suyo vaya calando como lluvia fina en las riadas y rieras catalanas, sobre el barro asolado por las tormentas, enarenando playas y tendiendo puentes.