Más de 100 millones de ciudadanos de EEUU irán hoy a las urnas para elegir entre George Bush o John Kerry. Pero es posible que mañana aún no se conozca el resultado, tras una campaña, la más reñida desde 1948, que ha acabado con los contrincantes codo a codo y con la sociedad estadounidense dividida y alerta ante la posibilidad de que se repitan las manipulaciones en el recuento de los votos del año 2000.

No sólo EEUU, sino todo el mundo, espera los resultados de estos comicios con un nivel de expectación nunca visto. Sin los atentados criminales del 11-S y la reacción de la Administración de Bush, que han hecho de cada rincón del globo un lugar aún más inseguro, nada sería igual. De esa fecha fatídica nacieron una guerra ilegal e injustificada y el recorte de las libertades. Factores más que suficientes, junto al mal balance económico, para que la presidencia de Bush estuviese condenada a ser sustituida hoy por los electores, en lugar de llegar con todas sus posibilidades intactas hasta el último minuto. Algo que ha conseguido gracias a las carencias del mensaje de su contrincante y, sobre todo, a la explotación sin pudor del recuerdo del 11-S para situarse por encima de cualquier crítica o argumento político racional.