A la vista de lo que está ocurriendo en la política española, no cabe otra opción que creer que muchos políticos profesionalizados están viviendo en un mundo virtual, que no es el real que habitan la mayoría de los ciudadanos de este país. Lo está ocurriendo en Cataluña es un paradigma claro y patente de la ficción en la que se han asentado los de la vieja y rancia casta política, ahora engrosada de manera clamorosa y entusiasta por aquellos que decían venir de entre la gente para servir a esa misma gente.

La política debería ser un oficio, temporal desde luego, en el ejercicio del cual se aplicara una máxima incuestionable: el servicio al bien común y el empeño en resolver los problemas de la sociedad. Desgraciadamente, en España, y en Cataluña, no es así, sino todo lo contrario. Las instituciones han sido ocupadas, gracias a los votos de la mayoría, eso sí, pero merced a una ley electoral que propicia un reparto de escaños injusto y tramposo, por algunos incompetentes que están preocupados casi en exclusiva por su propia supervivencia. Estar en política se ha convertido en un modo de vida, en una manera de ascender en la escala social y en ocupar puestos para eternizarse en el cargo a costa de lo que sea. Sólo así se entiende la absoluta inutilidad de muchos políticos, cuyo único objetivo es mantenerse en el cargo a costa de lo que sea. Por ello, la actitud de servidumbre ante las órdenes del aparato del partido provoca rocambolescas situaciones, radicales cambios de opinión y esperpénticas actuaciones.

Lo que se está viviendo estos días en Cataluña avergüenza a cualquier persona demócrata, decente y con sentido común.

Desde hace tiempo, entre mentiras sin cuento, cambios delirantes de rumbo y vaivenes surrealistas, el presidente de la Generalitat ha dado todo un recital de despropósitos, dudas, vacilaciones y cobardías.

Porque, ¿alguien que se considere sensato puede defender que una nación nueva, como la pretendida República de Cataluña, se construya sobre el fraude, el engaño, la falsedad y la manipulación? ¿Alguien que ame la democracia es capaz de defender la independencia de Cataluña a partir de unos resultados de un referéndum celebrado sin la menor garantía, sin el menor control público y sin ninguna legitimidad? ¿Alguien creen que se puede comenzar a andar en ese nuevo país nacido de un esperpento elaborado por una pandilla de inanes? Me temo que sí, pero sólo aquellos, por muchos que sean, que se dejan engañar por los que viven sumidos en un mundo irreal.

*Escritor e historiador