Por mucho que se hable de espacios accesibles, por mucho que realmente se logre y por mucho que la solidaridad consiga enmendar las carencias que perduran en un entorno plagado de barreras, los obstáculos que cotidianamente han de superar quienes están afectados por algún tipo de discapacidad (es decir, todos si llegamos a vivir lo suficiente) nunca hacen fácil ni cómoda la vida. Pero, precisamente, cuando salir a la calle es una temeraria odisea plena de emociones, tanto mejor se aprecian los pequeños avances que día a día se van incorporando para hacer un poco más grata la existencia. Además del creciente equipamiento por parte de instituciones y organismos públicos, son ya muchos los alojamientos turísticos que ofrecen un notable grado de accesibilidad; mientras que las aceras achican sus bordillos y se cubren de pavimentos antideslizantes, madura entre los viandantes la conciencia de compartir espacios. Y cuando tales espacios se abren en la naturaleza, tienden a brindarse sin exclusión de visitantes: Ordesa, Pineta, Biescas, Linza, Gistaín o la Sierra de Guara constituyen buenos ejemplos de senderos y enclaves adaptados; también se ha incrementado la presencia de guías especialistas y voluntarios, así como emergen numerosas organizaciones orientadas a ampliar los horizontes de quienes tienen movilidad reducida o restricciones sensoriales. Los Centros de Educación Especial florecen e invitan a hacer de la participación una fiesta. Como en el C.E.E. Arboleda de Teruel, donde la conmemoración de los Amantes ha unido a todo el colegio en un denso programa de celebraciones inspiradas en el medioevo. Por supuesto, faltan muchas barreras por abatir. Pero el trayecto permanece iluminado por una luz de esperanza.

*Escritora