La decisión del Gobierno israelí de escarnecer el veredicto consultivo del Tribunal Internacional de La Haya sobre el muro que construye en los territorios ocupados confirma tanto la inoperancia del sistema de la ONU como el carácter utópico, cuando no desigual, que menoscaba los loables propósitos de organizar una justicia universal digna de tal nombre. Hace mucho tiempo que Israel está al margen de la legalidad internacional, David empecinado desde 1967 en una empresa colonial, sin que las resoluciones del Consejo de Seguridad o de la Asamblea General tuerzan el curso fatal de los acontecimientos.

Israel, única democracia regional, dispone del arma atómica y del Ejército más poderoso, capaz de humillar a los árabes en al menos cuatro guerras abiertas, pero su apabullante fuerza militar sería menos decisoria si no contara con el respaldo sin fisuras de EEUU, la superpotencia mundial, y la comprensión o la tolerancia de gran parte de la opinión europea. Sharon arremete inicuamente contra los jueces de La Haya porque sabe que, en última instancia, Washington opondrá el veto a cualquier resolución del Consejo de Seguridad susceptible de incluir sanciones contra Israel.

LA ALIANZAde Israel con EEUU, consolidada a partir de 1967, alcanzó una nueva dimensión con los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la lucha global contra el terrorismo desencadenada por el presidente Bush. Basta una somera visita a los principales diarios norteamericanos, que minimizan cuando no critican el parecer del Tribunal de La Haya, para advertir el silencio cómplice o la connivencia con la estrategia del Gobierno de Sharon y sus deletéreas consecuencias. El lobi judío, en nombre de una comunidad de seis millones, muy bien representado entre los neoconservadores, ejerce una influencia exorbitante sobre el establishment de Washington, más acusada en año electoral.

Con el fin de romper la mordaza y airear la conexión entre el Gobierno israelí y los abogados más turbulentos de la intervención contra Irak, el senador demócrata Ernest Hollings recurrió a un oscuro periódico de Charleston (Carolina del Sur), en el que publicó un artículo cuya revelación más obvia era que detrás de la decisión de ir a la guerra se encontraba "la política de Bush de proteger a Israel".

El general retirado Anthony Zinni, que fue mediador en Palestina, aseveró en una entrevista con la televisión CBS que los neoconservadores habían promovido el conflicto con el objetivo, entre otros, de "fortalecer la posición de Israel", aunque precisó cautelosamente que la filiación étnica o religiosa de aquéllos era irrelevante. La violencia incendiaria en toda la región desmiente la presunción del Gobierno de Bush según la cual "el camino hacia Jerusalén pasa por Bagdad". Gana terreno la opinión inversa: el camino de la paz en todo el Próximo Oriente pasa por Jerusalén. O lo que es lo mismo: el trágico embrollo de Irak, Arabia Saudí y el petróleo, sin olvidar el factor terrorista, sería más fácil de abordar en toda su complejidad tras una mediación genuina para desatar el nudo gordiano de Palestina, primer paso ineludible para mejorar la posición de EEUU en el mundo árabe.

OFICIALMENTE,el muro en Cisjordania, alejado de la línea verde o frontera anterior a 1967, es una respuesta a un terrorismo irracional cuyos atentados suicidas sólo sirven para dar armas psicológicas o pretextos a los adalides del Gran Israel, de la expansión colonial, los asesinatos selectivos y el expolio continuo. Nadie duda del derecho de Israel a defenderse, pero el debate sobre la valla de seguridad remite al fondo nada misterioso del problema. Como leí el lunes en Haaretz, el más prestigioso diario israelí, la razón vital para el levantar el muro no es la seguridad, sino "la necesidad demográfica".

Más allá de las batallas jurídicas, de la relación de fuerzas en el tablero mundial o del éxito del sionismo en trasplantar a Oriente Próximo un jirón de Europa, espoleado por la iniquidad absoluta del holocausto, topamos siempre con la disputa encarnizada de una misma tierra, en un clima enrarecido por el mesianismo. Pero la gran paradoja de los últimos tiempos es la urgencia de la bomba demográfica. Al destruir con el muro y la colonización las bases de un Estado palestino viable, Israel se expande a riesgo de perder su carácter específicamente judío. Y truena entre los israelís el presagio de que el sionismo no sobrevivirá si el Estado consagra el apartheid y pretende seguir dominando a los palestinos en contra de su voluntad.

*Periodista e historiador