Tras la muerte de Hitler e inmediata rendición de la Alemania nazi ante los aliados, el 7 de mayo de 1945, los países vencedores de la II Guerra Mundial fueron incapaces de llegar a un acuerdo acerca de la restauración del Estado alemán. Así, se decidió la división del país en zonas ocupadas por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia (en el sector occidental) y la Unión Soviética, en el oriental.

En el caso de Berlín (la capital del Tercer Reich) la ciudad quedó aislada en medio de la zona soviética, pero sin formar parte de ella en su totalidad, a 175 kilómetros de la frontera con la Alemania occidental. En 1948, Berlín quedaba dividida en cuatro sectores: uno, el distrito de Pankow (conocido como Berlín Este), bajo administración soviética. Y otros tres (conocidos como Berlín Oeste, y con una población superior a los dos millones de habitantes) bajo la autoridad de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, respectivamente.

Sin embargo, en ningún caso las autoridades de las zonas ocupadas fueron reemplazadas por un nuevo gobierno alemán, a causa del desacuerdo suscitado por los distintos sistemas políticos, económicos y sociales de las potencias vencedoras: democrático liberal, en el caso de las occidentales y dictatorial comunista, en el caso de la URSS.

De manera que mientras Estados Unidos y sus aliados europeos siempre sostuvieron que la reunificación pacífica de Alemania tenía que preceder a la conclusión de un tratado de paz global con el dividido país, la URSS abogaba por un tratado de paz unilateral en su zona de protectorado, en la Alemania Oriental. De este modo, la finalización política de la II Guerra Mundial solo fue posible entre las potencias democráticas de Occidente, pero no entre estas y la Unión Soviética. Un hecho que determinó que en 1949, tras el llamado acuerdo Jessup-Malik (así conocido por los nombres de los representantes norteamericano y soviético, respectivamente, que lo firmaron) naciera la República Federal Alemana (RFA), en el territorio ocupado por los aliados, con 56 millones de habitantes, situándose su capital en Bonn; y la República Democrática de Alemania (RDA) -en el territorio bajo control de la URSS- con alrededor de 17 millones de habitantes, siendo Berlín Este la capital del país.

Así las cosas, y en medio de las amenazas de una guerra nuclear de aniquilación mutua entre las potencias occidentales y la URSS (el presidente ruso Kruschef llegó a afirmar en 1960 que solo precisaba de 20 bombas para destruir Francia y Gran Bretaña en su totalidad) el 13 de agosto de 1961 el presidente de la RDA, Walter Ulbricht, ordenaba (violando de este modo el statu quo de la ciudad, acordado el 20 de junio de 1949) la separación violenta del sector occidental de Berlín respecto del oriental, mediante la construcción de un muro de más de tres metros de altura, con torretas, alambradas, sembrado de minas anti persona y vigilado por guardias y carros de combate, impidiendo de este modo la libre circulación entre ambos sectores de la ciudad.

El muro de Berlín (que ha pasado a la historia con el nombre de El muro de la vergüenza) rodeaba por completo el perímetro del Berlín occidental, con una longitud superior a los 120 kilómetros, y pasó a denominarse por parte de la RDA como Muro de protección antifascista y su «nueva frontera estatal». Berlín había dejado de ser un lazo de unión con el mundo libre y el faro de la libertad tras el telón de acero. Millares de familias quedaban separadas y aisladas ante la intransigencia y la insensibilidad de la dictadura comunista gobernante de una nación -la Alemania Oriental- que, cínicamente, se reivindicaba en su denominación como democrática.

Fue el 9 de noviembre de 1989 cuando tuvo lugar la histórica caída del Muro de Berlín, tras 28 años de ominosa existencia. En aquella fecha Helmut Kohl era el canciller de la RFA, Egon Krenz, presidente de la RDA, George H. W. Bush, de los Estados Unidos y Mijail Gorbachov, de la Unión Soviética. Todos ellos jugaron un papel determinante para que aquel hito (que el politólogo estadounidense Francis Fukuyama llegó a definir sin fundamento sólido alguno, como «el final de la Historia») fuera posible. La caída del Muro de Berlín provocó también la desaparición de la RDA como nación y la reunficación de Alemania. Acontecimientos a los que siguieron el desmoronamiento de la URSS y el desplome de las dictaduras comunistas de Europa del Este, y con ellas el final de cuatro largas décadas de guerra fría, en que la Humanidad estuvo en serio peligro de desaparecer, bajo la amenaza constante del desencadenamiento de una guerra nuclear.

Películas como Good bay Lenin -en clave de tragicomedia- estrenada en el 2003 y dirigida por el alemán Wolfgang Becker, o el drama La vida de los otros (2006) del también director alemán Florian Henckel, dan buena muestra de la asfixiante burbuja en que se convirtió la vida para millones de personas en la extinta RDA, siempre bajo la inmisericorde vigilancia de la Stasi (la policía secreta del régimen comunista del país), cuyos 90.000 policías y otros tantos confidentes llegaron a elaborar más de seis millones de expedientes de personas sospechosas de ser pro occidentales, y bajo cuyo terror, de cuatro décadas de duración, fueron asesinados miles de disidentes.

*Historiador y periodista