De todos son y para todos están. Qué mejor homenaje cabe para los museos, en la celebración de su Día internacional, que reconocer el gran papel al que están llamados a jugar como transmisores vivos de cultura.

Y, sin embargo, cuán lejos de esta función se encuentran algunas rancias casonas, tan vetustas en sus costumbres como añejas son las reliquias que intentan proteger, en las que sólidos vallados y otros medios disuasivos, más que tutelar las obras entorpecen su gozo y estudio.

El museo, templo de cultura, refleja el arte, las vivencias y las costumbres de la humanidad. No ha de ser un centro enquistado, sino fuente activa y expansiva de conocimiento, simiente de vocaciones e inspirador de sabiduría; no una reserva para eruditos, sino un camino abierto, un instrumento para el enriquecimiento, en el que aprender a amar lo nuestro.

Si cada pueblo tiene derecho a su propio patrimonio, tenemos el deber de reclamar nuestro legado... Y exigir, una vez más, el regreso inmediato de los bienes eclesiásticos, aún en Lérida. Después, nuestra obligación será velar por ellos y mostrarlos a los ojos de todos.

*Escritora