El 25 de abril de 1974 tuvo lugar en Portugal la que ha pasado a la Historia con el nombre de “Revolución de los Claveles”, la cual puso definitivamente fin a la dictadura salazarista, liderada en su última etapa por el que en aquel momento era presidente del país, Marcelo Caetano.

Pero si aquel movimiento popular, el de la Revolução dos Cravos, pudo triunfar fue simplemente porque estuvo inspirado desde sectores de la oficialidad del estamento militar. Las guerras que mantenía entonces el gobierno luso en las colonias africanas de Angola y Mozambique, suponían una sangría para las familias del país, que veían impotentes cómo sus hijos marchaban a luchar a una guerra de imposible victoria, por cuanto para entonces, la práctica totalidad de las naciones de África (en plena efervescencia anticolonialista), ya habían alcanzado la independencia.

Y mientras los soldados luchaban, el descontento, y el sentimiento angustioso de saudade (que tan bien define la música del fado), invadía los corazones de padres y hermanos, quienes quedaban ya en las ciudades, ya en el rural, apresados en una vida y economía de supervivencia, a causa del empobrecimiento del país, provocado por la guerra.

Mas la férrea censura, y el control impuestos por los agentes continuadores de la PIDE (la “Policía Internacional de Defensa del Estado” que había creado el dictador Oliveira Salazar) hacía imposible, o al menos inaudible, la respuesta popular. Y fue en este contexto de represión social en el que la música apareció ante la sociedad portuguesa como el vehículo ideal para expresar el sentimiento unánime de ansias democráticas.

El 7 de abril de 1973, prácticamente un año antes de la “Revolución de los Claveles”, tenía lugar en Luxemburgo la edición anual del festival de Eurovisión, en el que “Mocedades” quedó segundo con la canción Eres tú. Portugal envió en su representación a un joven cantante, imberbe, atildado y vestido a la moda de los setenta, llamado Fernando Tordo. Su canción: Tourada (corrida de toros, -que quedó decima-) llevaba los aparentemente inofensivos versos del poeta luso Ary Dos Santos. Sin embargo todo el público portugués entendió -excepto los férreos censores, claro está-, que aquellas “banderillas de esperanza en la plaza de la primavera” eran una metáfora de cuanto estaba por acontecer.

De modo que la verdadera transcendencia de Tourada, estribó en la constatación de que la música podía convertirse en el gran revulsivo que hiciera posible el avance de la sociedad portuguesa hacia la democracia.

Cuando el 10 de mayo de 1972 José Afonso interpretó en Santiago de Compostela (por vez primera), su conocida composición Grândola, Vila Morena, el artista portugués, muy posiblemente, no era consciente de la gran importancia que su canción iba a tener en los inicios de la “Revolución de los Claveles”.

Aquel himno a la libertad, la fraternidad y la igualdad, emitido por Radio Renascença en la madrugada del 25 de abril de 1974, iba a ser la segunda señal (la primera, un día antes, había sido la emisión radiofónica de la romántica balada E depois do adeus, del cantante Paulo de Carvalho) elegida por los oficiales conjurados, para dar inicio a la revolución en Portugal.

En ese día, el ejército (en su mayoría reclutas que realizaban el servicio militar obligatorio) salió pacíficamente a las calles con los tanques y fusiles, sin hacer uso de las armas. Hecho transcendental que contribuyó de manera decisiva a que la revolución atrajera, no solo a la práctica totalidad de la población portuguesa, hastiada de años de guerra y represión, sino también a la comunidad internacional, que no tardó en refrendar (salvo excepciones, como el caso evidente de España, que vivía aún bajo la dictadura franquista) la iniciativa revolucionaria de los militares portugueses.

Los claveles llegaron después, por casualidad, cuando un soldado pidió un cigarrillo a una camarera. Ella le respondió que no tenía. Nunca había fumado. Pero en sus manos portaba un ramo de claveles, y le ofreció al soldado (a falta de tabaco), una flor. El soldado entonces, convirtió en jarrón su fusil y acomodó el clavel en la boca del arma. La mujer ofreció entonces el resto de claveles a los compañeros del soldado, que repitieron su ejemplo. Aquella imagen -captada por los reporteros y difundida por la televisión y los periódicos- corrió como la pólvora a lo largo de todo el país y naciones del mundo, convirtiéndose en el símbolo de la revolución.

Una canción, un clavel, un simple gesto que cambiaron los destinos de una nación.

*Historiador y periodista