El escritor Jordi Cabré ha declarado: «El conflicto es cultural. Venimos de culturas diferentes. [...] No es lo mismo decir democracia en catalán que decir democracia en castellano». Josep Lluís Carod Rovira, exvicepresidente de la Generalitat e hijo de zaragozano, señalaba que los hijos que maltratan a sus padres son castellanoparlantes.

El ayuntamiento de Barcelona lanzó unos vídeos contra la violencia machista. En la mayoría se hablaba en catalán. En uno los personajes sexistas hablaban en castellano; el que les reprochaba su comportamiento utilizaba el catalán. De vez en cuando un nacionalista cuenta que un camarero o dependiente no le atendió en catalán y que se quejó al encargado o a los servicios lingüísticos de la comunidad (un tributo a Orwell, autor de Homenaje a Cataluña).

Despierta más simpatía la lección de una influencer que recomendaba en TV3 masturbarse en catalán y refrescaba el vocabulario apropiado. Si piensas en alguien más, igual cuenta como comunidad imaginada.

El castellano, cooficial, es la lengua materna de la mayoría de la población catalana. Hay algo fanático en complicarle la vida a un trabajador por una cuestión lingüística, y es enfermizo jactarse de esa acción. Pretender que son las lenguas las que tienen derechos y no los hablantes termina lesionando los derechos de algunos hablantes.

Las políticas de inmersión se defendían con el argumento del ascensor social, pero algunos estudios indican que la enseñanza en catalán penaliza a los alumnos castellanoparlantes. Que el planteamiento subyacente -los hablantes de la lengua minoritaria tendrán el poder siempre y si los otros quieren ascender deben asimilarse- sea considerado de izquierdas es un misterio envuelto en un enigma.

La apropiación de la lengua por parte del nacionalismo perjudica a la lengua. Es simultáneamente el camuflaje y la justificación de la xenofobia. La chatarra conceptual que exagera las distancias y saca conclusiones antropológicas y políticas falaces de diferencias idiomáticas opera entre dos lenguas de enorme contigüidad en origen, vocabulario, sintaxis y distribución geográfica, a veces en la misma frase. Las lenguas, el elemento diferenciador, el abismo que separaría dos culturas incompatibles, muestran una imbricación permanente: esa promiscuidad hiere al fanático, que prefiere la pureza a la realidad. La naturalidad con la que conviven contrasta con lo artificioso de la separación: lo primero que traicionan sus paladines es la esencia de lo que dicen defender. H @gascondaniel