Un idiolecto recorre Cataluña como un lenguaje de signo fantasmagórico. Un idiolecto es una jerga lingüística, reconvertida a menudo en una juerga folclórica. El actual idiolecto catalán es un idealismo que asume un idilismo, el idilio que se resume en un eslogan narcisista: Somos estupendos, somos los mejores. Lo afirmó y firmó, sin autocrítica alguna, Artur Mas y lo repiten sus socios, presentando Cataluña como un modelo ejemplar que nos supera a todos en todo, que da sin recibir y ama sin ser amada.

Bueno, es verdad que nuestro Estado centralista ha solido enfrentarse al centralismo catalanista, pero eso es un litigio entre dos nacionalismos, el español estatal y el catalán secesionista. Creo que al respecto Felipe González replantea bien un afrontamiento y no un enfrentamiento, una reconstitución de España como Estado-nación de naciones. Y Cataluña es una nación por su historia, su lengua y su cultura.

Pero el equívoco maniqueo de Cataluña está en considerarse una colonia política de España y proyectarse como una colonia o fragancia natural, cuyo representante bien podría ser Pep Guardiola, el guardián de las esencias. Ahora bien, como en el caso del entrenador, Cataluña no es pura esencia sin existencia o mezcla impura, esta es una sacralización espúrea de su historia pasada y presente: la cual se manifiesta hoy en su deseo de anexionarse al otro, de modo que excluye al otro pero lo incluye paternalistamente. Este paternalismo es un patriarcalismo expansionista, cuyo héroe mítico religioso sería san Jordi enfrentado al dragón o monstruo español.

Lo que Cataluña está viviendo ahora ya lo vivimos en el País Vasco en la Transición. La orgía mítico-utópica vasca acabó en terrorismo real; la orgía idealista-idilista catalana está acabando en terrorismo surreal de carácter político-cultural. El País Vasco confundió el mito con la realidad; Cataluña parece confundir la utopía con la eutopía. Pues la utopía no existe porque es irreal, mientras que la eutopía es el lugar posible y el ámbito real. Cataluña está perdiendo la razón-sentido, que es la razón encarnada y no encaramada, descarnada o abstracta. Cataluña está perdiendo el seny o sentido común, que es el sentido de coapertenencia, pero España debería dar la cara y el rostro humanista.

La contradicción de todo nacionalismo, sea español o catalán, es que resulta ser seudonacionalista, ya que no abre o libera la nación, sino que la cierra o encierra, en una autoafirmación febril y compulsiva. El nacionalismo sacraliza un artificio rígido y un modelo recalentado, desbordado por el devenir de la Historia. Frente a ello la clave está en la apertura política y cultural, humana, y no en la cerrazón, pues toda cerrazón resulta cerril.

Así que la relación de España con Cataluña, y de Cataluña con España, debe quedar abierta, y no cerrada unilateralmente por los unos o por los otros. Pues Dios y el tiempo humano dirán, y especialmente Europa: la cual es nuestra Fratria común con todos nuestros avatares políticos y culturales.

*Filósofo