Hubo un tiempo en el que la protección del individuo quedaba en manos del grupo. Los antiguos germanos o los árabes de hace mil quinientos años se organizaban en tribus, y estas a su vez en clanes y familias, para defenderse mutuamente de cualquier agresión. Cuando esta se producía, todos los miembros de la tribu tenían obligación de vengar al agraviado. Era lo que los germanos llamaban la wergeld o venganza de la sangre. Los romanos, que hacía siglos ya se habían organizado en un Estado y asentaban su derecho en leyes escritas, no entendían bien esas arcaicas instituciones del derecho consuetudinario de los pueblos que decían bárbaros, a los que a falta de un calificativo adecuado para denominarlos, llamaban nationes. Siglos después, ese vocablo latino pasó traducirse como nación, y así se ha quedado.

Pero la nación contemporánea, la que surge en el siglo XVIII a resultas de la Ilustración, de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (antes se decía así) y de las Revoluciones americana y francesa, es otra cosa. Una nación moderna es la suma de todos los individuos agrupados con unos mismos derechos, unas mismas leyes y unas instituciones comunes, que aceptan organizarse libremente mediante prácticas políticas democráticas.

Lamentablemente, en España proliferan demasiadas tribus, cada una de ellas autoproclamada guardiana de las esencias patrias y erigida como garante exclusiva de la verdad. Los individuos que confunden la nación con la tribu suelen ser fácilmente reconocibles, pues rechazan todo lo que no sea lo suyo, se envuelven en banderas excluyentes y justifican los errores propios aunque haya que descalificar para ello los aciertos ajenos.

Son los mismos que hablan por una sola boca en nombre de todo el pueblo, al que reducen según sus conveniencias a un territorio concreto y a una identidad predeterminada.

«La nación española», «el pueblo catalán» o la «patria gallega» son expresiones que los pannacionalistas utilizan de manera excluyente pero, aunque sea una contradicción en los términos, a la vez pretenden incluir en esas marcas identitarias a todos los individuos de referencia.

En el fondo, lo que se pretende es crear compartimentos estancos, alinear a los individuos sin posibilidad de alternativa y crear diferenciaciones para procurar el control de la sociedad y de sus expresiones.

Se trata de mantener un problema que no ha traído a la humanidad otra cosa que guerras y enfrentamientos, supremacismo y privilegios: se llama nacionalismo.

*Escritor e historiador