Si hay personas a las que se puede aplicar el dicho de nada de lo humano le fue ajeno , una de ellas fue Fernando Lázaro Carreter, el lingüista, estudioso de la historia de la literatura española, creador y crítico literario, catedrático universitario y miembro de la Real Academia Española que falleció ayer en Madrid.

Había nacido en Zaragoza, el 13 de abril de 1923. Pronto habría cumplido, por consiguiente, 81 años. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de su ciudad natal, primero, y en Madrid, después, donde se licenció (1945) y doctoró (1947) en Filología Románica. Su primera cátedra, de Gramática General y Crítica Literaria, la obtuvo (1949) en la Universidad de Salamanca, que abandonaría --seguramente en cuerpo, pero no en alma: ¿quién puede dejar de llevar a Salamanca en el corazón?-- en 1970 por la Autónoma de Madrid.

Su obra es inmensa y variada, y no soy yo, que provengo del mundo de la ciencia, el más adecuado para juzgarla, siquiera para comentarla, aunque todos sabemos de sus estudios lingüísticos y filológicos, campos a los que dedicó sus dos primeros libros, Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII (1949) y Diccionario de términos filológicos (1953); de sus obras sobre, por ejemplo, Lope de Vega o la novela picaresca española , a la que dedicó su último libro, publicado por Alianza el año pasado. También hay que recordar sus ejemplares ediciones anotadas de La vida del Buscón llamado don Pablos, de Quevedo. El mismo tenía algo --o mucho-- de pícaro; sus ojos, sobre todo, hablaban con una música transparente.

FUE UN ERUDITO del presente y del pasado de la lengua española, pero, como decía antes, nada de lo humano le fue ajeno. Generaciones de estudiantes de bachillerato han estudiado sus textos de lengua española, y han sido mejores gracias a lo que aprendieron en ellos. Tampoco le hizo ascos a otras artes literarias, como el teatro; recordemos La ciudad no es para mí , llevada al cine con gran éxito.

Hoy muchos le recuerdan especialmente por su valerosa defensa del español en artículos que reunió en El dardo en la palabra y en una secuela de él. En pocos lugares como en estos escritos se puede comprobar cómo Lázaro sabía combinar un elegante estilo literario con un fino y a la vez acerado humor. De hecho, leyéndole o escuchándole uno no sabía bien qué predominaba más en él, si la esperanza en un futuro mejor para el español o la frustración y el desánimo ante tanto desamparo, impericia y desinterés.

Como otras grandes personas, se movía en un delgado hilo emocional. Yo no le conocí mucho, aunque no olvidaré las veces que le traté o las cartas que me escribió: cuando llegué a la Real Academia Española, su salud flaqueaba ya bastante y aparecía pocas veces, pero cuando lo hacía era emocionante y gratificante ver la alegría y el respeto con que le recibían sus compañeros. Y su satisfacción al verse tan querido. Se lo merecía: él fue quien inició la modernización que ha hecho que la Academia sea hoy una institución moderna y vital, abierta al presente y respetuosa con el pasado.

EN LAS ULTIMAS líneas de su contestación al discurso de Lázaro Carreter en la Real Academia Española, Rafael Lapesa decía (11 de junio de 1972): "Tal vez la gran tarea que el destino reserva a nuestra Academia como imperativo inmediato sea ese gran diccionario de la lengua actual, que sea igualmente válido para el hispanohablante de España y el de América, que sin romper con el pasado responda en sus definiciones al presente, que tenga la máxima amplitud posible en la inclusión de usos extendidos y que a la vez oriente sobre su estimación social y carácter; que contenga el léxico de siempre y de todos, pero sin cerrar la puerta a los tecnicismos que pronto, cada vez más pronto, se generalizan. Inmenso quehacer que requiere inmenso esfuerzo".

Fernando Lázaro Carreter poseía esa inmensa capacidad de quehacer y de esfuerzo, y por ello lloramos su muerte y conservaremos con un tesoro preciso el recuerdo de su magisterio y su ejemplo.

*Miembro de la Real Academia Española