Debemos ser optimistas por principio? Difícil de responder parece esa pregunta pero el pesimismo nos amenaza en más de una ocasión y hace de nosotros personas poco propensas a creer que el panorama que vemos sea atractivo; cómo escribía Sender en su "Crónica del alba", todos los vuelos acaban en la tierra; el hábito de ser pesimista puede constituir una cautela, una especie de vacuna psicológica contra los desengaños; si optamos tristemente por esperar que ocurra lo peor, estaremos más preparados para aceptar lo que venga.

Cómo el pasado sigue existiendo ineludiblemente, recurro a la memoria para reírme un poco del propio tenebrismo; no sirve de mucho ennegrecer la imagen del porvenir, acumulando delante nuestra más nubarrones que luces. Y recuerdo un chiste de La Codorniz sobre eso del pesimismo: una larga caravana que va por el desierto, divisa en la lejanía lo que parece un oasis y matando el alborozo de los otros, uno de los sedientos viajeros se lamenta: "cómo no sea un espejismo, cuando lleguemos nosotros ya se habrán bebido todo el agua".

No convine excederse pintando un mañana de tintes denegridos. De lo que llegue, casi nada llega por vez primera. Debemos acostumbrarnos al inevitable vaivén de los sucesos y no suponer que todas las campanas tocan a muerto; primero, porque no sería cierto y segundo porque aunque parezca humor negro, también hay quien vive de la muerte y económicamente, es bien sabido que hasta las catástrofes incrementan el P.I.B.

Hay que aceptar con una sonrisa lo que venga aunque sea justamente la sonrisa de la desilusión y confiar laborando, en que cuanto pueda venirnos no será más ni menos que lo que puede esperarse de la condición humana que lo mismo da pie a la amistad que la traiciona. Nada cómo nosotros mismos para intuir lo que cabe esperar de aquella condición; conociendo cómo somos quedamos enterados de cómo son otros. A cierto escritor le agradaban los libros de Kierkegaard porque aseguraba que le transmitían la dosis de pesimismo necesario para ver el mundo con la esperanza que él pedía a Dios; más vale eso que contribuir al futuro del pesimismo.

Pero confieso que tras cada jornada electoral y abstracción hecha del resultado, cuesta recuperarse y uno tiende a ver a Aragón, la parte de España que más le preocupa, no en horas sino en años bajos, pensando en los que pasaron con más pena que gloria, e imaginando los que amenazan con venir. Después de tanta lucha política, los electores de aquí prefieren otras opciones políticas por respetables razones que ellos conocerán. El aragonesismo apenas existe y el que vemos unos y otros, más parece un convivio con intereses que le son ajenos, sin apenas líderes, con doctrinas ancladas en el remoto XIX y sin acciones que valgan para el general de esta reducida Comunidad; los partidos aragonesistas si es que los sigue habiendo, son agua de cerrajas que valen para poco y para pocos y casi nada para lo que podría hacer relevante, a un partido aragonés; a "uno", digo, a dos temo que ni ahora ni nunca.

Si es eso lo que me parece que ocurre aquí, tampoco es rosado el panorama de España entera; por ejemplos, solo por ejemplos, se teme que en vez de equiparar de una vez los estatutos de autonomía, puede que se abra otro período constituyente para hacer de España un Estado asimétrico y federal, en provecho de los de siempre y cómo en 1979, con el inocente apoyo de nosotros mismos, siempre tardígrados en aprender; cabe que se den pasos atrás en la calidad de la que tan necesitada está nuestra enseñanza y que se tolere que la Ley vigente se suspenda por la mera iniciativa de cualquier Comunidad Autónoma; cabe que ahora no se lleven el agua del Ebro y que eso baste para aplaudir a los nuevos, sin pedirles siquiera que esa agua se aproveche por donde discurre; es posible que los soldados terminen mareados yendo y viniendo a Irak, mientras los políticos entrantes y salientes aprenden sus deberes; puede que la microizquierda imagine que ganó las elecciones y es casi seguro que nosotros continuaremos en vía muerta desde donde solo podremos silbar a gusto. También anuncian que van a procurar que no vivan todos los niños que nazcan algo que parece excesivo para acabar premonitoriamente, con el desempleo aunque consuele pensar que esos niños se irán sin saber que habían nacido. El pesimismo no deja de ser útil cómo elemento crítico pero la política sin esperanza solo aprovecha a los cínicos y a los ilusos. De ellos hay bastantes entre los vencedores y entre los vencidos.