Debe ser por deformación profesional pero yo creía que los buenos fiscales, como los buenos periodistas, se distinguen por salirse del cuestionario y repreguntar, bien para dejar las cosas claras o bien para pillar en un renuncio al interrogado. Así que cuando veo que la fiscal no hurga en el alegato de Forcadell --«el Parlament no es un órgano censor, mi misión era impedir que se vulneraran el derecho a la libertad de expresión y al pluralismo político así como la inviolabilidad parlamentaria»-, pues se me abren las carnes, qué quieren que les diga. Igual no es su papel, pero resulta decepcionante que la fiscal Madrigal no le restregara a Forcaell los plenos de la vergüenza del 6 y 7 de septiembre del 2017, cuando la presidenta del Parlament alteró el orden del día y violó la ley de garantías estatutarias para votar --¡votem, votem!, gritaba—la Ley del Referéndum y la de Transitoriedad ignorando las enmiendas presentadas deprisa y corriendo por la oposición. Aquel día, esta misma Forcadell que ante los jueces del Supremo presumió de defender los derechos fundamentales, le retiró la palabra al vicepresidente de la mesa (Cs) y al diputado Joan Coscubiela, que la acusó de «trapichear con los derechos de los ciudadanos». Porque una cosa es que este sistema nuestro, tan incomprensiblemente garantista, permita a los acusados mentir como bellacos con tal de defenderse, y otra que ni siquiera se les pueda contradecir para sacarles los colores. Cada vez me gustan más las series americanas de jueces y fiscales. Nada que ver.

*Periodista