Es imposible disfrutar de la jubilación en estas condiciones. Se lo juro. Será porque los periodistas (incluso los retirados) nos crecemos en medio de las grandes crisis colectivas o porque ante un naufragio queremos ser violinistas en la orquesta del Titanic, el caso es que acabo de ofrecerme a comparecer a diario ante ustedes, muy señoras/es mías/os, de forma voluntaria y a pesar de lo vago, lo indiferente y lo sarcástico que ando últimamente. Sigo el ejemplo de otros colegas, que vuelven a las ediciones digitales dispuestos a darlo todo. El estado de alarma nos ha puesto en el disparadero. Como encima han prohibido viajar...

Nadie contaba con esto del virus. Y mira que cosas así ya las habíamos vivido por anticipado en novelas y películas de aquello que se denominaba ciencia-ficción y ahora es realidad por arte y magia de un futuro devenido en presente. La distopía llevaba tiempo caminando entre nosotros: emergencia climática, globalización brutal, capitalismo financiero desbocado, revolución tecnológica descontrolada, superpoblación, declive de las democracias… Y esa sensación de que todo va demasiado deprisa, a mayor velocidad de lo que funcionan nuestros reflejos. Pero, ¿quién se iba a imaginar que acabaríamos encerrados en casa, sin saber qué será de nosotros de aquí a la próxima semana?

Se ven y oyen cosas prodigiosas. Los ultraliberales de ayer reclaman hoy soluciones milagrosas por parte de un sector público antes denostado. Quienes se resistían con uñas y dientes a pagar impuestos (un pecado mortal, según el Papa Francisco), quieren ahora que el erario provea de todo. Casado, el del PP, pide muy seriecito mayor intervencionismo estatal. No es lo único que ha cambiado en el panorama político, donde Echenique jalea al Gobierno, Rufián descubre que las banderas ni dan de comer ni matan virus y Sánchez recupera el aliento después de perderlo, como si en su manual de resistencia no existiera fórmula alguna para combatir el desaliento y la contrariedad cuando ambos se presentan de forma tan terrorífica. Mira, el único que sigue terne es Espinosa de los Monteros, fiel a su ideal ultrarreaccionario y a su oficio de vendedor de lofts (ilegales, por supuesto).

Claro que los políticos solo son, como estamos viendo, los chivos expiatorios de una sociedad desarticulada e insolidaria que se consuela culpándoles de cualquier desastre, incluso de los provocados por la bendita gente de a pie. ¿O es que las abuelas y abuelos de las residencias infectadas pillaron el miasma en las manis feministas del 8-M, en el concilio facha de Vistalegre o en los jardines de La Moncloa? ¿No serían más bien contagiados por familiares que fueron a visitarles, abrazarles, besarles y echarles cariñosamente las babas, a pesar de lo que ya se había advertido al respecto? En fin, tiempo tendremos de hablar de todo ello. Si los virus o el propio estado de alarma no lo impiden.

Ahora me voy a ver qué cuenta al Rey y si dice algo de su egregio padre, los millones saudíes y el putiferio con la Corinna. No entrará en ese laberinto, claro. Se atendrá a las normas de la épica que rigen ahora en todos los discursos oficiales. Es curioso que la monarquía española atraviese un momento tan malo cuando nos ataca una plaga que lleva la corona en su marca. 'Resistiré', del Dúo Dinámico, se ha convertido en el nuevo himno oficioso de España. Yo, particularmente, prefiero el 'Flojos de pantalón' de Rosendo Mercado. A la postre, en España, antes de la epidemia solían morir más de mil personas de media diaria. Y nadie se sobresaltaba.