Los adelantos científicos deben ser siempre bienvenidos. Y las dudas éticas que plantean deben ser debatidas, aunque siempre posteriormente, porque no se puede establecer un código de la circulación, antes de que se haya inventado el automóvil y se haya generalizado su uso.

La posibilidad de que exista la capacidad de procreación para la mujer, aun después de la menopausia, no es una mala noticia. Abre posibilidades impensables hasta hace unos pocos años, incluso meses, lo que no quiere decir que no plantee, también, algunas dudas éticas.

Por ahora, y mientras científicamente no se demuestre lo contrario, estamos ante un proceso con riesgos para la madre y para el feto, porque una cosa es la posibilidad de fertilizar un embrión, y otra que eso garantice que el aparato reproductor femenino se encuentre en sus mejores momentos.

Otra posibilidad que se plantea en otro terreno, en el de las adopciones, no tiene nada que ver con el avance científico, sino con la variación de las costumbres, lo que vulgarmente denominamos moral, y es la oportunidad de que, en un futuro inmediato, un niño pueda ser adoptado por una pareja homosexual, bien compuesta por dos hombres o por dos mujeres.

Tanto en un caso como en el otro nadie pregunta a los niños. Me consta que se trata de un argumento hiperbólico, pero nadie le pregunta al nasciturus si le parece bien que cuando tenga edad de casarse su madre tendrá la edad en la que los cardenales se retiran, ni se le inquiere al futuro adoptado si le parecerá bien formar parte de una familia poco sólita y que provocará, desde la curiosidad y las preguntas infantiles en la escuela, hasta la asunción de unos arquetipos a imitar diferentes. Por supuesto que las madres son dueñas de su cuerpo y los homosexuales tienen sus derechos, pero la parte más protagónica de esta historia, y la más débil, es ese niño al que nadie le pregunta nada.

*Escritor y periodista