La temporada del Real Zaragoza ha sido tan catastrófica que no hay rodeo alguno que evite llegar al único punto posible. La SAD ha tocado fondo y esa realidad es sobre la que debe responsabilizarse ante su enorme y desengañada masa social, con la que ha de realizar el ejercicio de autocrítica consiguiente y a partir de la cual, asumiendo los errores como se asumen los errores, construir el futuro, que a veces parece inalcanzable pero que siempre es una oportunidad.

Han sido ya cuatro años, tres con la nueva propiedad, en los que el equipo ha fracasado de un modo u otro, este último con estrépito. La irritación durará un tiempo, pero será ese mismo tiempo el que, poco a poco, dejará espacio a la esperanza, estimulante vital poderoso. Y la nueva esperanza del Zaragoza como club y quien va a capitalizar el peso del proyecto va a ser Natxo González, cuya figura es poco conocida pero a quien Joan Gaspart, Luso Delgado, Avelino Fernández o Miguel elevan alto. El trabajo que se le va a encomendar es nítido: que el Zaragoza no sea un conglomerado de nombres atractivos, sino de una vez un equipo. Un buen equipo. Y aspirante.