Ningún zaragocista se marchó ayer contento a casa. Ni uno solo. No puede ser de otra forma si a la noche infame en lo climatológico se le añade la enésima muestra de impotencia de un equipo honrado y noble, sí, pero poco más. Nadie puede estar contento después de empatar con un rival en descenso, sumar solo dos triunfos en casa en toda una primera vuelta y apenas cinco en total. Ni sensaciones, ni imagen, ni gaitas. El Zaragoza no jugó un partidazo ayer ni acosó a su rival hasta la extenuación. Dominó, tuvo más posesión y punto. De hecho, apenas disparó un par de veces a puerta. Seguramente mereció ganar pero solo a los puntos. Nada de ko. Ni siquiera técnico.

Con semejante panorama y en una interminable vorágine de desazón, la palabra contento lleva tiempo desterrada del vocabulario de cualquier zaragocista que se precie. No cabe el gozo entre la amargura si no hay victoria de por medio. Ya no. Hace tiempo que se enfriaron los paños calientes. Pero Natxo González, a estas horas todavía técnico del Real Zaragoza, sí se marchó satisfecho a sus aposentos apelando al esfuerzo, sacrificio y merecimientos de los chicos. Esa definición de su estado de ánimo queda ya marcada a fuego en el corazón zaragocista como la penúltima afrenta a un escudo cada vez más desgastado por maltrato.

Natxo se fue contento mientras los aficionados maldecían otra vez su suerte y lanzaban al cielo preguntas retóricas para volver luego la mirada al suelo sumidos en un duelo permanente. Supongo que el camino a casa de la directiva fue parecido. O no. Nunca se sabe. Puede que el de Lalo, casi ya único escudo de Natxo, también fuera agradable. Lo dudo. Mucho.

El eventual orgullo de Natxo muere presa de sus indecentes números, al parecer no muy lejanos de su plan previsto. Otro bofetón con la mano abierta. El mensaje viene a decir algo así como "eh, todos tranquilos, que no estamos tan mal, hombre. Todo controlado". Y, claro, el aficionado siente que se le ríen a carcajadas en su cara y señalándole con el dedo. Una mofa semejante a aquel "fenomenalmente" que aún escuece de lo lindo.

Uno cree que Natxo no debería seguir en el banquillo. Desde luego, la opinión no admite debate desde el punto de vista numérico. La continuidad del vasco no se sostiene sino instalada en la esperanza en el más allá en forma de futuro perfecto. Pero ese proyecto al que con buen criterio se entregó Lalo corre un riesgo extremo. De hecho, si el Zaragoza repite en la segunda vuelta los ridículos números de la primera, adquirirá muchos boletos para irse a segunda B y, con ello, morir.

Ayer, Natxo volvió a ser ese entrenador inseguro, incapaz y desnortado. Hace tiempo que resta más que suma. Casi tanto como el que ha pasado desde que la plantilla ya no cree en su mensaje. Ni parte del club. Solo Lalo y el miedo a otro fracaso en la elección de su sustituto le mantienen en el puesto. Esos altavoces que pregonan que solo con Popovic se mejoró obvian que, entonces, Víctor Muñoz tenía al Zaragoza a tiro de play off y con un estilo definido. De hecho, el club admitió que la decisión no respondió a cuestiones deportivas. Más o menos, como ahora. Además, conviene recordar errores graves cometidos por la insistencia en mantener en el puesto a entrenadores incapaces de modificar una dinámica fatal. Manolo Jiménez es el ejemplo. Y ya sabemos cómo acabó la historia.

Casi nadie cree ya en Natxo. Lógico cuando existe la sensación de que hay mejores jugadores que equipo y las matemáticas dictan sentencia. Quizá Lalo le vuelva a tirar un salvavidas y todo cambie a partir de ahora. Ojalá. Pero creo que Natxo está perdido. En todos los sentidos.