Pasadas las fiestas, esas que nos remueven los sentimientos más solidarios hay que reflexionar. Aquí y allá se han puesto múltiples iniciativas para que los pobres pudieran cenar la Nochebuena. Recogida de alimentos para los pobres, juguetes para los niños pobres… Está muy bien. Pero preguntémonos por qué hay pobres, o sea gente que aunque trabaje no puede acceder a lo que se considera un consumo normal en esta sociedad. En 1973, mi querido y admirado amigo Javier Osés, por entonces Obispo de Huesca, tuvo un lío tremendo cuando en una conferencia afirmó que: «Si hay ricos es porque hay pobres, y lo triste es que los ricos lo son a costa de los pobres». Le acusaron de rojo y para defenderse tuvo que acudir a la cita de autoridad de los Santos Padres y del mismo Papa: «No es parte de tus bienes, dice san Ambrosio, lo que tú das a los pobres. Lo que les das les pertenece, porque lo que ha sido dado para el uso de todos tú te lo apropias. La Tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente a los ricos; es decir, que la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto (…)» (Pablo VI en la Populorum Progressio). Ahora ya no se habla de estas cosas. Seguimos instalados en la perspectiva premoderna en la que la función de los pobres es muy importante. Los pobres sufren pero encarnan las consecuencias del pecado original y es tarea de los más afortunados aliviar su dolor, practicando la caridad haciendo méritos para ganarse el cielo. Por tanto la existencia de los pobres es un regalo de Dios para todos los no pobres: son una oportunidad para acumular méritos para el cielo. Si no hubiera pobres, habría que inventarlos. A ver si nos enteramos: no es la caridad, sino la justicia social. Son los mecanismos que crean desigualdad los que hay que denunciar y corregir.

*Profesor de la Universidad de Zaragoza