L as misiones tripuladas de la NASA a la Luna han sido fuente de algunas de las más célebres frases de la historia. Así, el 21 de julio de 1969, Neil Armstrong, al convertirse en el primer hombre en pisar la superficie de nuestro imprescindible y tímido (pues se obstina en ocultarnos una de sus caras) satélite, nos obsequió -en su calidad de primer reportero en transmitir una noticia desde la superficie lunar- con una mítica e imperecedera frase: «Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad».

Claro que si aquel primer pequeño gran paso fue posible, se debió a anteriores viajes espaciales de otros compañeros suyos astronautas -en los que asumían hasta un 50% de riesgo de no poder volver a la Tierra- con la misión de preparar el terreno para que el acariciado sueño -desde Julio Verne, pasando por Georges Méliès hasta Tintin- de que el primer alunizaje se hiciese realidad.

Fue así como en la Nochebuena del 24 de diciembre de 1968 (hace ahora 50 años) el Apolo 8 de la NASA (lanzado tres días antes desde Cabo Kennedy, en Florida), con el comandante Frank Borman, y los pilotos James Lovell y William Anders a bordo, entraba en la órbita lunar. Eran los primeros astronautas de la primera misión tripulada a la Luna y quienes por vez primera orbitaban un mundo diferente al de nuestro planeta.

En su breve (los astronautas regresaron a la Tierra el 27 de diciembre, tras volar en seis días más de 768.000 kilómetros) periplo orbital navideño sobre nuestro satélite, Will Anders realizó desde la ventanilla del módulo lunar una fotografía que desde entonces sigue siendo un icono sobre la fragilidad y milagrosa existencia de nuestro planeta; una hermosa esfera azul rebosante de vida y belleza, en medio de la soledad infinita de un profundo, misterioso y negro universo. Foto que inspiraría la creación del Día mundial de la Tierra, que desde 1970 se celebra cada 22 de abril, para concienciar a la Humanidad sobre la necesidad del cuidado de nuestro planeta y del espacio que lo protege, y para que en él siga siendo posible la vida. Así, los astronautas del Apolo 8 habían ido a explorar la Luna, y habían acabado «descubriendo la Tierra» para todo el mundo.

En torno a la medianoche de aquel histórico 24 de diciembre de 1968, la NASA hizo una retransmisión televisada en directo con los tripulantes del Apolo 8, en el transcurso de la cual Anders anunció desde el módulo lunar: «Para todas las personas en la Tierra, la tripulación del Apolo 8 tiene un mensaje que nos gustaría enviarles», y comenzaron a recitar, por turno, -cuales Tres Reyes Magos del espacio- los primeros pasajes bíblicos del Génesis, en que se describe como Dios crea la Tierra. Al terminar, Borman agregó: «Y desde el Apolo 8, despedimos la conexión deseándoles buenas noches, buena suerte, feliz Navidad, y que Dios los bendiga a todos ustedes, en la buena Tierra».

Como curiosidad, cabría añadir que uno de los pilotos del Apolo 8, James Lovell, fue después comandante del Apolo 13, séptima misión tripulada de la NASA a la Luna, la cual estuvo a punto de acabar en tragedia. Era el 13 de abril de 1970, cuando Lovell pronunció otra frase para la historia: «Houston, we’ve had a problem» (Houston, hemos tenido un problema), pocos minutos después de que -cuando la nave espacial se encontraba a más de 200.000 kilómetros de la Tierra- uno de los módulos sufriera una explosión que dejó casi sin reservas de oxígeno a la tripulación. Final y felizmente, cuatro días después del accidente, el 17 de abril, los tres astronautas de la misión lograban regresar sanos y salvos (en buena medida gracias a la pericia del comandante Lovell) a la Tierra. En 1995 Ron Howard dirigió una película sobre aquella mítica misión espacial, protagonizada por Tom Hanks en el papel del (ahora nonagenario) astronauta Lovell, quien a su vez aparece fugazmente en el film como comandante del buque Iwo Jima, encargado de recoger a los astronautas y la cápsula del Apolo XIII tras su amerizaje en la Tierra.

*Escritor y periodista