Ante el efecto llamada a toreros, saltadoras y otras gentes sin complejos, el ruedo político se está poniendo, digamos que, confuso. El autoproclamado heredero genético de la transición, Adolfo Suárez Illana, anuncia que se acabó el frotar y la Ley de Memoria Histórica. Que lo que precisamos es concordia. No digo que no. Siendo jurista sabrá que «concordia» viene a expresar «corazones unidos» y que tal vez piense que la memoria se reduce a mero resentimiento. Mira que han hecho daños los cursos intensivos.

Un político no puede pedir el corazón del electorado y, a la vez, cortarle la cabeza, o sea, la memoria. Un político serio, quiero decir, no puede ir soltando ocurrencias a ver si arraigan. Suárez, o las voces que escucha por su pinganillo, nos quieren desmemoriados. Tal vez crean que la ley se limita a desalojar al dictador del «Valle de los Reyes», cuando lo que se reclama es poner nombre y apellidos a la España enterrada en las cunetas. Los nietos de estas víctimas no piden venganza, son españoles a quienes les importa esas cosas de la familia. Cuando sonó de nuevo el nombre de Adolfo junior, pensé que no se trataba más que de otro fichaje, pero desde que repite lo que le dicta su cotorra con la misma rapidez que se apresura a desmentirlo, me doy más cuenta del peligro. Este niño quiere emular a Trump. Adolfo no es un fracasado por el hecho de saber nacido «hijísimo», ni tampoco por haber perdido unas elecciones a la presidencia de una comunidad que no era la suya. Lo es por no aceptar ser diputado por Albacete cuando jugó a democracia, eso no «se vale». Y lo es por no haber asumido que trabajar desde oposición también es concordia.

Quince años después, regresa del desierto, convencido de nuestra desmemoria. Se atreve a hablarnos de las abortistas neandertales, con la precisión de un testigo. Pero ¿dónde ha estado este etólogo durante tres quinquenios? Pontifica que no necesitamos según qué leyes, que lo que precisamos es concordia. No perdamos de vista que con ese nombre se calificó a nuestra actual Constitución. El siguiente paso puede ser que este abogado descienda de la Sierra con las Tablas de la Ley, ungido, no solo por los genes paternos, sino también por los de Don Pelayo y los de los Reyes Católicos. A mí, personalmente, no me importa a dónde se lleven a Franco. Más me preocupa por qué pediría ser enterrado con miles de republicanos a cuyas familias ni se les preguntó. Igual son cosas de neandertales, o de faraones. Lo que no sé ahora es dónde encaja la concordia, ni la cotorra que le susurra a Adolfo esas cosas. H *Escritor y profesor de la Universidad de Zaragoza