La ya próxima vacuna contra el covid-19 llega envuelta en candentes discusiones, cuestionada por gran parte de la población desconcertada ante la desinformación existente sobre su eficacia y potenciales secuelas. ¿Negacionismo o desconfianza justificada? La urgencia nunca es una buena consejera, por más que la situación puede acreditar razones bastantes que lleven a decisiones drásticas. En cualquier caso, alguno de los argumentos que se exhiben sobre la vacunación y sus prioridades se enclava en lo absurdo: aunque en principio parecía una broma descabellada, está tomando carta de realidad la recomendación de que deberían ser los más inconscientes e insensatos, aquellos que hacen gala de no respetar las más elementales normas de seguridad para evitar el contagio, los primeros en vacunarse impidiendo así la transmisión de la enfermedad al resto de la población más responsable. Craso error, sin duda, pues de proceder así, la creencia de considerarse a salvo de infección sería un gran estimulo para la conducta desatinada de tales individuos, ya de por sí con escaso freno. Por desgracia, no resulta nada fácil combatir el comportamiento imprudente, ególatra o interesado de una parte de la sociedad; pequeña, sí, pero tan ruidosa como incapaz de ver unos milímetros más allá de su ombligo. Quien tiene por norma la falta de respeto hacia lo demás, no duda en rechazar la mascarilla, como tampoco lo hace a la hora de descuidar el comportamiento de su mascota o conducir su patinete de forma alocada en medio de una concurrida acera; por supuesto, sin lamentar siquiera las consecuencias de sus desmanes. Todos deberíamos entender que por encima de nuestra sacrosanta libertad de pensamiento y obra, está idéntico derecho por parte del resto de la ciudadanía. Negacionismo e incivismo son facetas diferentes de la misma lacra.