Lo estamos viendo estos días en las negociaciones entre Sánchez e Iglesias, pero no son un fenómeno exclusivo de las últimas semanas. El debate político tiende a tener un foco muy negativo. Los ataques y acusaciones son más comunes que los discursos propositivos alabando el proyecto propio.

Este hecho, típico de todas las democracias, parece justificarse por el sesgo de negatividad de nuestras mentes, que haría que nos fuera más fácil recordar las informaciones negativas que las positivas. De modo que sería más fácil que recordáramos los motivos para votar a un candidato si se han presentado en términos de cómo de malos son los otros, que si se presentan en positivo. Algunos estudios demuestran que los votantes pueden percibir los mensajes negativos como tan o más útiles que los positivos.

No obstante, que los mensajes y críticas al oponente puedan llegar a ser útiles no implica que no tengan sus riesgos ni que siempre funcionen. Como demostró Young Ming en un estudio publicado en el 2014, las campañas negativas centradas en las críticas a las personalidades de los oponentes y no sus propuestas pueden tener fuertes efectos desmovilizadores. El efecto informativo de los mensajes negativos puede desaparecer y generar, en su lugar, alienación y frustración.

Harían nbien, por lo tanto, nuestros políticos en vigilar con el tono y contenido de sus mensajes. Especialmente aquellos que necesitan niveles de participación altos no se pueden permitir un debate de tono excesivamente amargo y alejado de lo que los ciudadanos consideran informativo. El sesgo de negatividad sirve para que recordemos mejor los mensajes, pero también genera emociones negativas hacia la política, difícilmente contrastables.

*Politóloga