Con el otoño ha comenzado el curso político. Mientras España trata de frenar la corrupción y realiza elecciones primarias en buena parte de sus partidos en previsión de las próximas elecciones autonómicas y legislativas, en Estados Unidos también se hace campaña política y Obama apoya a los gobernadores democráticos en sus campañas particulares, estado a estado.

Si dirigir un país no es una tarea fácil, Estados Unidos es especialmente delicado. No me gustaría estar en la piel de Obama, porque sobre él se ciernen no sólo las miradas de todo el mundo, sino que además, sobre su persona planean unos negros nubarrones que han oscurecido su semblante, reducido su sonrisa y blanqueado su cabeza. Aquel presidente electo con aire y semblante juvenil que bailaba con Michelle Obama en las pantallas televisivas de medio mundo, celebrando su triunfo y su felicidad, hoy ha de afrontar muy serios problemas. Ya no baila feliz y su cara deja traslucir su preocupación y su responsabilidad. A pesar de llevar solo 8 años en la presidencia, su aspecto ha sufrido drásticas transformaciones que le ha envejecido sensiblemente.

Hasta ahora no ha sido capaz de conseguir la paz entre Israel y Palestina, ni de detener el conflicto ucraniano por más que mantenga conversaciones con Poroshenko o con Netanyahu. En cuanto al conflicto sirio, si no bombardeaba el país recibía la critica republicana de su debilidad, y si lo hacía, recibía el rechazo de los pacifistas. Si ante los graves problemas no interrumpía sus vacaciones en agosto era criticado por no haberlo hecho, pero como argumentó su Directora de Comunicación, Jennifer Palmieri, si lo hubiera hecho habría generado una alarma innecesaria, por la que también habría sido fuertemente criticado. Lo cierto es que Obama, que no ha solido anular sus viajes ni cambiar su agenda fácilmente, sí lo hizo este verano ante el problema del virus ébola. Si bien la preocupación es universal, el caso de Dallas supuso un gran revés para los norteamericanos, como lo fue para España el caso del misionero repatriado y que finalmente no pudo ser salvado. Además, este mismo verano tuvo que tratar de superar el problema de la emigración (España también deberá hacerlo) y tratar de conseguir una mayor seguridad en las tarjetas de crédito, aunque en España el problema de las tarjetas de crédito, las llamadas black-cards, es ahora otro bien distinto.

El vuelo del ciudadano norteamericano de Cleveland a Dallas produjo una lógica alarma. Para empeorar la situación, y coincidiendo con las campañas políticas que estaba apoyando en Bridgeport o Maryland, tuvo lugar un asesinato racial, que la población negra norteamericana no podía ignorar. Michael Brown, un adolescente negro de 18 años moría como consecuencia de 6 disparos de bala realizados por un policía blanco durante unas protestas que tuvieron lugar en Ferguson, un suburbio de San Luis (Missouri). En el transcurso de una manifestación pacífica el nueve de agosto, este joven fue repetidamente tiroteado hasta su muerte. Por todas estas razones, y en evitación de problemas mayores, Obama ha tenido que convocar varias ruedas de prensa este verano. En el caso del joven negro asesinado afirmó que se establecerían los mecanismos necesarios para garantizar los derechos de los ciudadanos a expresarse y a manifestarse, y no menos importante fue su comparecencia para anunciar la creación de un gabinete de crisis que diera respuestas al problema del ébola.

Lo preocupante no es que aparezcan problemas nacionales o internacionales, lo que importa es saber cómo se afrontan, cómo se transmiten a la ciudadanía y cómo se solucionan. En síntesis, cómo se da la cara, aunque se haya visto súbitamente envejecida y cómo se reconocen los problemas, que es la primera fase de la resolución de conflictos.

Profesora de universidad