Pienso que el lector estará de acuerdo conmigo: la noticia es provocadora. El marido de la reina de Dinamarca no quiere ser enterrado con su mujer. El príncipe tiene 83 años. La reina tiene 77. Él ha dicho muchas veces, parece que no le satisfacía no haber sido suficientemente reconocido. Junto a la reina solo era, es, el príncipe. Yo diría que ser príncipe de Dinamarca está muy bien. Dinamarca me parece un país amable, y su príncipe no debe tener demasiadas responsabilidades, porque además de la reina habrá unos ministros y una serie de funcionarios, encargados de esta función: que el país viva tranquilo y respetado. Si no me equivoco, yo he estado en Copenhague solo de paso, camino de los países nórdicos. De eso hace mucho tiempo (estoy en esa fase vital en la que de todo hace ya mucho tiempo). Vuelvo al problema dinástico, convertido en un problema funerario. Como ya he dicho, el príncipe explica que el motivo es no haber sido tratado como se merecía.

Cuando se vive lo que llamamos cierta edad puede haber momentos de fricciones o rabietas. Pero me parece que los príncipes y los nobles tienen la obligación de disimular, en defensa de la institución real. Hay quien tiene un arrebato vengativo. «¿Tú me has hecho aquello? Pues yo te haré esto». El príncipe consorte de Dinamarca debía ser enterrado al lado de la reina. En la catedral y en un sarcófago artísticamente trabajado. Dijo que no. Junto a la reina, nada. ¡Dios mío! ¿Ni cuando se acerca el final de la vida se puede vivir en paz?

*Escritor