Dos semanas después de que la oposición venezolana que controla el Parlamento convocara un referéndum contra el proyecto de Asamblea Constituyente promovido por Nicolás Maduro en el que participaron casi ocho millones de ciudadanos, el Gobierno pone hoy las urnas para la aprobación de dicho parlamento en una consulta en la que no participa la oposición. Como todo cuanto surge del palacio de Miraflores, el referéndum tiene trampa. Tantos diputados tendrán un pequeño pueblo como una gran ciudad. Dado que la oposición se asienta en las zonas urbanas, está clara su penalización. A Maduro se le agotan los resortes con los que se había mantenido en el poder tras ser nombrado sucesor por un moribundo Hugo Chávez en el 2013. Por ello necesita una nueva Constitución hecha a su medida. Sin embargo, este salto hacia delante recibe críticas dentro del propio chavismo. Y encuentra también a una población dividida y cansada de una crisis tan corrosiva política, económica y socialmente.

El problema venezolano es ciertamente Maduro, pero lo es también una oposición que, más allá del antichavismo que la aglutina, no sabe encontrar una base política conjunta para enfrentarse al chavismo y ganarle la partida definitiva al régimen. Mientras este segundo problema no se resuelva, a Maduro, si quiere seguir en el poder, no le cabe más que deslizarse hacia la dictadura como está haciendo, por ejemplo, con este referéndum constitucional.

En este contexto, solo una potente intervención diplomática internacional podrá evitar esta deriva. Pero los augurios no son particularmente buenos. Unos primeros contactos entre el Gobierno de Chávez y la oposición que controla el Parlamento, bajo el manto del Vaticano y con la participación de José Luis Rodríguez Zapatero, no pasaron de ser un intento bienintencionado después de que el chavismo nunca lo considerara seriamente. Ni la OEA ha logrado condenar a Venezuela en su cumbre de Cancún.

Sea cual sea la solución, debe pasar por La Habana porque de allí procede el único balón de oxígeno que le queda a un Nicolás Maduro al que se le está escapando el voto cautivo del que había dispuesto el chavismo, mientras la economía no deja de hundirse, las protestas en la calle no cesan y entre los jóvenes oficiales del Ejército crece el malestar.