El fascismo blando que nos atenaza, ese que no es de Cara al sol y brazo en alto, sino de sutil domesticación del pensamiento, tiene como uno de sus lugares comunes más recurrentes el de que todos los políticos son iguales. Asentada esa premisa, da igual quién nos gobierne, pues todos los representantes públicos tienen como objetivo común el propio beneficio. La política se convierte así en algo despreciable, propio de trincones sin escrúpulos, de sujetos carentes de toda moral, de cualquier ideal o vocación de servicio. Ello lleva a la conclusión de que no merece la pena cambiar el sentido del voto, pues qué más da que vote a los otros, ya que, en realidad, todos son iguales. En realidad, todos son unos ladrones y el que no ha robado es porque no ha tenido oportunidad de hacerlo. La política no es sino una profesión con la que conseguir una buena tajada.

Esta vomitiva concepción de la política, que se revela tan útil para mantener el estado de cosas, se ve refutada con un simple análisis de la realidad. Ciertamente, la profesionalización es uno de los cánceres más agresivos que afectan a la política. No cabe duda de que el profesional de la política es, en el mejor de los casos, un burócrata de partido que se guardará muy mucho de cuestionar la línea oficial para evitar ser apartado de las listas electorales, y en el peor, un aprovechado atento exclusivamente a su medro personal. Pero de ese análisis de la realidad que reclamamos se deduce, con extrema claridad, que no todos los políticos, que no todos los partidos, son iguales. Nieves Ibeas, Chunta Aragonesista, es el ejemplo más cercano.

Les invito a hacer un somero repaso de responsables institucionales de la izquierda real de nuestra comunidad, para ver dónde estuvieron y dónde están. Nombres tan conocidos de Chunta como Chesus Bernal o Antonio Gaspar, cabezas visibles de su organización hasta hace poco en las Cortes de Aragón y en el Ayuntamiento de Zaragoza, se han reincorporado a su puesto de trabajo en la Universidad de Zaragoza. Lo mismo sucede con dirigentes de Izquierda Unida, como Jesús Lacasa o Eudaldo Casanova, que también retornaron de responsabilidades similares a sus puestos de trabajo anteriores. Es más, del grupo municipal de IU que encabezó Lalo Casanova, con la excepción de uno de sus miembros que se presentó a las siguientes elecciones en las listas del PSOE, el resto de componentes (Ana Sanromán, Ana Zarralanga y Nardo Torguet), volvió a su anterior puesto de trabajo. Si aplicamos ese análisis al resto de partidos con representación institucional, PP, PSOE y PAR, nos encontraremos con ejemplos, no pocos, de personas que llevan vinculadas a cargos públicos u orgánicos desde la primera legislatura de la democracia, es decir, hace más de 30 años. Y si nos vamos al ámbito nacional, podemos ver cómo, mientras dirigentes de ciertas organizaciones (Gerardo Iglesias, Julio Anguita) retornaron a sus puestos de trabajo, otros (la lista excedería los límites de este artículo) llevan desde tiempos inmemoriales vinculados a las instituciones o se han buscado un refugio dorado en empresas privadas, sospechosamente vinculadas a su gestión. Las hay, incluso, que, a sabiendas de que su partido no les permitiría repetir en listas, se montaron su propio partido, como el caso de Rosa Díez.

Evidentemente, hay excepciones. Ni toda la gente que va a los partidos mayoritarios lo hace para medrar, ni toda la que se acerca a la izquierda real lo hace desde altos ideales. Pero sí que se observa una tendencia diferencial entre ambos tipos de organizaciones. Por eso, decir que todos los políticos son iguales es, cuando menos, una frivolidad que solo ayuda, precisamente, a aquellos a los que interesa que nada cambie. Nieves Ibeas nos ha recordado que la política es un instrumento para plasmar unos ideales, no una apuesta laboral. Y por eso muchos le estamos agradecidos. Buen ejemplo, compañera.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza