Ciento cincuenta familias aragonesas acaban de enviar su cabeza y su corazón al desierto. En medio de la nada hay unas 400.000 personas esperando hace 30 años la vuelta a casa, ancianos sobrevivientes de la guerra rumiando su miseria, miles de jóvenes entre la memoria y el sueño devastados por el olvido internacional, y unos 8.000 niños y niñas de menos de 14 años esperando tener un país y un poco de sombra. De ellos, hay 150 en Aragón. Pequeños embajadores a los que un par de despachos en Rabat, Paris y Nueva York siguen sometiendo, y otros, en el resto del mundo, olvidando, entre ellos Madrid, la metrópoli que fue hace 30 años y que permitió su transformación de colonia sometida a país desesperado en el exilio tras la ocupación marroquí. Estas familias acogen a los niños en su casa en verano en el proyecto Vacaciones en Paz y les ofrecen dos meses de sombra y tranquilidad. Pero la intención va más allá: es un compromiso con los hermanos que abandonamos y un empeño con el Sahara libre y con la denuncia de las causas que lo mantienen en el desastre. Hay un libro, El País de Arena , de Jesús Antoñanzas, que enseña su corazón y una docena de fotos con alma de mujer.

*Periodista