Si el distribuidor de automóviles que hay en mi barrio colocara en sus escaparates unos grandes carteles en los que aconsejara a los clientes potenciales que reflexionaran antes de comprar un automóvil, que no se apresuraran a cambiar de modelo, y que observaran que los precios de los automóviles no son baratos pensaría que el distribuidor se había vuelto loco. Y, si me ocurriera lo mismo en el supermercado, y hubiera tanto en el exterior como en el interior grandes carteles aconsejando no comprar demasiado, ajustar las compras a las necesidades reales, y vigilar el impulso consumista, creería que una revolución social estaba ocurriendo delante de mis ojos, sin avisos de ninguna especie.

Pues bien, algo muy parecido esta ocurriendo con las empresas eléctricas. Folletos, cartas, guiños, avisos e incluso recursos publicitarios aconsejan a los clientes que, por favor, no les hagamos ganar más dinero dejando las luces encendidas o instalando un complejo de aire acondicionado excesivo para nuestras necesidades. En estos avisos, en estos folletos, en estas llamadas a nuestra atención se nos pide que recortemos sus ganancias por el procedimiento de comprarles menos servicios, con lo cual ahorrarán nuestros bolsillos.

¿Las empresas eléctricas han sido asaltadas por las oenegés? ¿Se les ha olvidado el objetivo de toda empresa, que es obtener el mayor beneficio al menor costo posible, y están traicionando los intereses de los accionistas? ¿O, simplemente, se ha adueñado un ataque de locura de los consejos de administración de las empresas eléctricas?. Como me cuesta creer en los ataques de generosidad, y en las epidemias de carácter psíquico, debo suponer que existen problemas de energía. Que no se han llevado a cabo las inversiones que se deberían haber realizado, y que nos anuncian futuros cortes de suministro, de los que nos echarán la culpa a los clientes por manirrotos. Al tiempo.

*Escritor y periodista